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Actualizado: 5 de noviembre de 2025


Eran ahora madejas horizontales que surcaban el estanque con elegancia. Parecían torpedos de proa cónica, llevando á la rastra la gruesa y larga cabellera de sus tentáculos. Su apetito excitado les hacía correr el agua en todos sentidos, buscando nuevas víctimas. Freya protestó. El guardián sólo les había arrojado cuerpos inanimados. Ella deseaba la lucha, el sacrificio, la muerte.

En medio de estos variados modos de bailar, se notaba en aquel salón, donde había una absoluta proscripción del perfil griego, una suma tendencia al tono y a la elegancia.

Mi nueva hija vestía con toda la seriedad y elegancia imaginables; llevaba un magnífico vestido de muselina bordada, y un riquísimo velo de encaje que la cubría casi por completo; imposible imaginar otra presencia tan llena de dignidad, de gracia y de modestia. ¡Qué modales tan elegantes y tan llenos de naturalidad!... Yo estaba afectadísima y no me es posible referir todo lo que pasó por al ver llegado para mi hijo el momento más solemne e importante de su existencia; he rogado a Dios con mucho ardor, pero debo reprocharme, como me reprocho todavía, el no haber rogado lo bastante; ¿cómo puede una madre dar gracias suficientes por las alegrías de su corazón, cuando llega a tocar para su hijo el colmo de cuanto podía desear?

Ni juegos ni músicas me eran gratos; no paraba yo atención en la hermosura de mis paisanas, ni en la elegancia y gallardía de Gabriela. ¿No vas a las rifas? decían mis tías. No me divierto; prefiero quedarme en casa, leyendo o conversando con ustedes. ¡No pareces muchacho, Rorró!... replicaba la enferma.

Después declaró Rafaela guerra a muerte a toda mancha o lamparón que sus ojos de lince descubrían en el traje de D. Joaquín, resultando de esta guerra la desaparición completa del antiguo vestuario, que apenas pudo servir ya para los negros desvalidos, y la adquisición de otro nuevo, hecho en Río con menos que mediana elegancia.

Además, era de París. «¡París!», suspiraba Elena, la menor, poniendo los ojos en blanco. Y Desnoyers se veía consultado por ellas en materias de elegancia cada vez que encargaban algo á los almacenes de ropas hechas de Buenos Aires. El interior de la casa reflejaba los diversos gustos de las dos generaciones.

Se jactaba de ser un poco bárbaro y vestía un tanto majo, con la elegancia garbosa de los antiguos postillones. Llevaba chalecos de color, y en la cadena del reloj colgantes de plata.

Por fin, el vizconde de la Ferronière, tocando apenas y como por broma la cabeza de Pablo, bajó con la elegancia de un gimnasta.

Vestido completamente de negro, a la moda de los acróbatas, llevaba polainas de gamo que caían en numerosos pliegues sobre su pierna, y una gorra de marinero sobre la que flotaba una pluma blanca; montaba con una destreza y una elegancia poco comunes, un pequeño caballo blanco enjaezado a la morisca, lleno de vigor y de fuego; en fin, largas pistolas ricamente damasquinadas pendían de los arzones de su silla, y él no llevaba más que uno de esos sables cortos y estrechos que usan los marinos de guerra.

El señor de Páez no temía ningún desembarco de piratas, pues el mar estaba a unas cuantas leguas de su palacio, pero creía que la «elegancia sólida consistía en fabricar muros muy espesos, en desperdiciar los mármoles, y, en fin, en trabajos ciclopios», según su incorrecta expresión.

Palabra del Dia

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