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Actualizado: 5 de julio de 2025
El buen gusto y la economía tienen íntima relación. Al estrecharse un poco los presupuestos destinados al atavío, la mujer aguza su ingenio para suplir con el arte los adornos costosos. Y entonces está mejor, porque no consiste la elegancia en gastar mucho, sino en gastar bien.
Porque de estos cambios no depende la sutileza de los conceptos, la elegancia de la frase y el brillo de la exposición.
Ramoncito también lo hacía, pero con menos elegancia. Asimismo iba distinguiendo bastante bien las ostras de Arcachón de las que no son de Arcachón, el Château-Laffite del Château-Margaux, la voz de pecho, en los tenores, de la voz de cabeza, y la pasta dentífrica de Akinson de las otras pastas dentífricas.
Se vestía con severa elegancia y notable sencillez. Era religiosa sin afectación ni fanatismo.
La sobrina también llevó a casa la imagen de don Álvaro entre ceja y ceja. Y pensaba: «Ese era de los menos malos. Parecía más distinguido; y no era pesado; tenía cierta dignidad... era comedido... frío con elegancia... el menos tonto sin duda». El pesimismo la hizo repetir muchos días seguidos: «Se ha ido el menos tonto».
A ésta debe sus goces, su elegancia, todas sus luces; y prospera con sus utilidades, y vive de su médula y de su sangre.
Y describía á la esposa de su amigo hermoseada por una nueva juventud, yendo por la casa con aire altivo, como si hasta entonces no se hubiera considerado con verdadera autoridad para dirigirla; vistiendo con tanta elegancia como su hija; olvidada ya de aquellos trajes obscuros que la daban el aspecto de una beata.
La figura parecía dibujada por Alberto Durero, tenía el color del Veronés, la elegancia de Boticelli, era tan decorativa como si la hubiese dispuesto Tiépolo, y tan real como si en ella hubiese puesto mano Diego Velázquez. El deán creyó volverse loco de contento. «¡Qué artista, qué prodigio! pensaba. ¡Y qué ojo he tenido yo, porque sin mí nada de esto tendría la catedral!»
Verse obligadas á decirme tan enorme mentira para poder comer...» De pronto, una de estas mujeres llamó su atención. Era semejante á las otras, y, lo mismo que ellas, le miraba atrevidamente, con ojos provocadores. ¡Pero estos ojos!... ¿Dónde había visto él estos ojos? Iba vestida con una elegancia miserable.
Sus piernas se extendían cruzadas debajo de la mesa, y sus manos enguantadas pendían de los brazos del sillón con la misma elegancia que las piernas. Fernando dijo en voz alta el artista que le iba a afeitar llamando a uno de sus compañeros. ¿Qué quieres, Cosme? Este nombre hizo estremecer sin saber por qué a Pablito. Abrió los ojos y dirigió una larga y ávida mirada al peluquero. No le conocía.
Palabra del Dia
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