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Actualizado: 14 de junio de 2025
En fin..., está bien... Ya lo oyes, Luisa, te abraza, con efusión. Luisa se precipitó en los brazos de Catalina, y ambas mujeres se besaron; la labradora, a pesar de la entereza de su carácter, no pudo contener dos gruesas lágrimas, que siguieron los surcos de sus mejillas. Luego, tranquilizándose, dijo: ¡Vamos, vamos; todo marcha bien!
Esta vez, cuando la nave hizo su parada definitiva en el patio, hubo una aclamación general. El Doctrino abrazó á sus amigos. ¡Javier! ¡Lázaro! Y se abrazaron con efusión. Después de los monosílabos de alegría y sorpresa, el segundo dijo al primero: ¿Tú en Madrid? ... al fin! ¿Vienes de Ateca? Sí. Bien.
Pasó muy gallardo y tieso en un caballote grandísimo, y saludó y dio varias vueltas, parando el caballo y haciendo mil monerías. Agitaba Obdulia su pañuelo, y Doña Paca, en la efusión de su amistoso cariño, no pudo menos de gritarle desde arriba: «Por Dios, Frasquito, tenga mucho cuidado con esa bestia, no vaya a tirarle al suelo y a darnos un disgusto».
El mundo es grande, y, gracias a su bondad, sé ahora ganarme la vida honradamente. ¡Adiós! ¿No quiere usted aceptar mi mano?... Sea. ¡Adiós! Y dio media vuelta para marcharse. Pero, cuando llegó a la puerta, retrocedió de repente, y alzando entre ambas manos la encanecida cabeza del anciano, la besó unas y más veces con efusión. ¡Carlos! No hubo contestación. ¡Carlos!
Es que... ¡hija de mi alma, tu desgracia es aún mucho mayor!... Gonzalo está enamorado de tu hermana. Cecilia se puso aún más pálida, hasta dar en lívida, y guardó silencio. Su madre le volvió a besar la mano con efusión. Después la trajo hacia sí y le cubrió de besos el rostro.
Las damas rodeáronla inmediatamente. Fue un diluvio de besos y abrazos acompañados de vivas exclamaciones de gozo. Los hombres, que formaban círculo detrás, avanzaron también sus manos y estrecharon con efusión la de la hermosa viajera.
Se fueron acercando, hasta que quedaron abrazados los dos gigantes. También don Rosendo saludó con efusión al joven; pero estaba tan preocupado con el peligro que había corrido su existencia, que al instante volvió a ponerse sombrío y melancólico. Apenas pudo contestar a las preguntas que el contramaestre le hizo, pidiéndole instrucciones por encargo del capitán.
Se agachó, no obstante, con precaución y le quitó de la mano la navaja. En seguida llegó don Paco a donde estaba don Ramón, que le reconoció, y con viva efusión le dio las gracias. Don Paco desató el cordel que mantenía a don Ramón amarrado. Alúmbreme usted con el candil le dijo . Voy a ver si ha muerto ese hombre.
Tomó el sombrero y saludando al Jurado iba a retirarse, cuando el juez llamole: Si algo tiene que decir a Tennessee, haría usted mejor en comunicárselo ahora mismo. Los ojos del preso y los de su extraño abogado se encontraron aquella noche por primera vez. Tennessee mostró sus blancos dientes con franca sonrisa y diciendo: ¡Partida perdida, viejo! le tendió la mano con efusión.
Al hablar así con verdadera efusión, Juanita tendió, en efecto, las manos a don Andrés. Don Andrés las tomó entre las suyas. Juanita apareció entonces tan confiada y tan hermosa a los ojos del cacique, que este le dijo: ¿Por qué tu amistad solamente? ¿Por qué no tu amor? Ambos somos libres. Amándonos no tendremos que engañar a nadie.
Palabra del Dia
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