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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Solamente viéndole casado, y bien casado, se atreverían a conceptuarle seguro. Y aquí se calló el relatante, porque ya no tenía más que decir, a su juicioso entender. Sin embargo, la marquesa echaba de menos un detalle de gran monta allí; detalle que si Ángel no le había omitido, ella le había olvidado ya.
Al punto que á la lanza mano echaba El indio, Liropeya ha recordado; Mirando á Yanduballo, así hablaba: "Deja, por Dios amigo, ese soldado, Un solo vencimiento te quedaba, Mas ha de ser de un indio señalado, Que muy diferente es aquesa empresa, Para cumplir con migo la promesa."
Ibamos a la altura de San Vicente, a la anochecida, cuando un crucero inglés nos hizo señas de que nos detuviéramos, y nos lanzó, por primera providencia, una andanada. El capitán consultó con el teniente y con el contramaestre. Había bastante viento. Se podía escapar bien. La bruma se nos echaba encima. Después de la conferencia, el capitán mandó poner el barco al pairo.
Si fuera cierto, ahora mismo ponía en planta a toda la familia para que lo supieran; de fijo que papá se encasquetaba el sombrero y se echaba a la calle, disparado, a comprar un nacimiento. Pero vamos a ver, explícate, ¿cuándo será eso? Pronto. ¿Dentro de seis meses? ¿Dentro de cinco? Más pronto. ¿Dentro de tres? Más prontísimo... está al caer, al caer.
A trechos aparecían, conducidas en andas, hasta seis imágenes de santos, todas policromas, de barro o de madera. La quinta imagen era la de Santo Domingo. Su cara, severa y hermosa. Sobre su inspirada frente relucía una estrella de plata sobredorada. Con su mano derecha echaba el santo bendiciones.
Estupiñá se echaba a discurrir, y no comprendía por qué la señora examinaba con tanto interés los puestos, estando ya todos los chicos de la parentela de Santa Cruz surtidos de aquel artículo. Creció el asombro de Plácido cuando vio que la señora, después de tratar como en broma un portal de los más bonitos, lo compró.
Pero el tío Ventolera, con su inconsciencia senil, convencido de la importancia de todo lo suyo, había ya empezado su historia, y Jaime, vuelto de espaldas, echaba el cuerpo fuera de la borda, mirando las profundidades del mar, para no oír una vez más lo que sabía de memoria.
»Echaba usted de menos una compañera con quien compartir el arrobamiento que le produce la contemplación de los magníficos espectáculos que la Naturaleza le ofrece a cada instante... ¿No me es a mí más necesario un amigo que confunda sus lágrimas con las mías? Yo tengo, sí, ese amigo; pero me separan de él la distancia y sus propios pesares, que lo alejan de mí más que la distancia...
A pesar de todo, se encontraba más cómico que trágico, y se echaba a reír, aunque con la risa que apellidan sardónica, no por una hierba, sino porque según había oído contar entre los antiguos sardos se reían así los que eran atormentados y quemados de feroz y sardesca manera en honor de los ídolos.
1 Y mirando, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de la limosna. 2 Y vio también una viuda pobrecilla, que echaba allí dos centavos. 3 Y dijo: De verdad os digo, que esta pobre viuda echó más que todos; 4 porque todos éstos, de lo que les sobra echaron para las ofrendas de Dios; mas ésta de su pobreza echó todo el sustento que tenía.
Palabra del Dia
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