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Actualizado: 12 de mayo de 2025


En cambio, se la echaba de autoridad inexorable con nosotros, que marchábamos al calabozo como borregos al corral. ¡Así son las cosas de este pícaro mundo! Concluídos sus estudios preparatorios en el Instituto, y después de hacer su primer viaje en calidad de agregado, era cuando dejaba el náutico este nombre y tomaba el de marino, con todos los honores inherentes á la categoría.

Y así, no podía inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada; y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual, o la tenía oculta o consumida.

Oyendo estas ponderaciones orgullosas, Fortunata se echaba a pensar qué cosa tan empingorotada sería aquel destino del papá de su amiga. Pero lo mejor fue que en la conversación salió de repente una cosa interesantísima. Manolita conocía a los de Santa Cruz. ¡Vaya!, si su marido, Pepe Reoyos, era íntimo, pero íntimo, de D. Baldomero. Y ella, la propia Manolita, visitaba mucho a doña Bárbara.

El dueño se quejaba de que él le echaba á perder el bosque, el otro lo negaba; como que en este mismo lugar estuvieron el otro dia á pique de darse de garrotazos. Miren Vds.... sino que uno no debe perder á un infeliz.... casi cada dia estaban en pendencias en este mismo lugar. Entónces no hable V. mas.... es una atrocidad! pero ¿cómo se prueba?....

¡Defiéndete, boche! gritaba poniéndose en guardia, como lo había visto hacer en su niñez á los peones de la estancia. Y con una cuchillada de abajo á arriba echaba al aire las majestáticas entrañas.

En esto, atravesaron al jabalí poderoso sobre una acémila, y, cubriéndole con matas de romero y con ramas de mirto, le llevaron, como en señal de vitoriosos despojos, a unas grandes tiendas de campaña que en la mitad del bosque estaban puestas, donde hallaron las mesas en orden y la comida aderezada, tan sumptuosa y grande, que se echaba bien de ver en ella la grandeza y magnificencia de quien la daba.

El soldado echaba a cada suerte doce votos y otros tantos peses, aforrados en por vidas. Yo me comí las uñas y el fraile ocupaba las suyas en mi moneda. No dejaba santo que no llamaba; nuestras cartas eran como el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.

¿Dices que mamá echaba la culpa de este paso a papá? profirió al cabo ella. , , no cabe duda. ¡La pobre mamá es tan bondadosa! ¡Si supieras qué trabajo le ha costado decírmelo!... Después de todo, no hay por qué quejarse; tu papá tiene razón. Carlota hizo una leve mueca de desdén y se fue a su cuarto.

Dilatábase su pecho, por tanto tiempo oprimido, como si quisiera hacer provisión del aire puro que respiraba. Desde su asiento alcanzaba a cortar las flores que echaba a brazadas sobre su regazo, las estrechaba contra su seno y las besaba como amigas de las cuales la separase una larga ausencia que la hubiese hecho temer no volverlas a ver ya.

El miedo que se desarrolló entre los marineros fué tan grande, que nadie quería acercarse a la proa; se sorteaba quién había de dar la comida y el agua a los enfermos, y el designado solía ir llevando los víveres en una pértiga larga, los dejaba y echaba a correr.

Palabra del Dia

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