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Ya veis, Dorotea, que cuando el rey... Pero vos podéis más que el rey. ¡Yo! , vos; basta una palabra vuestra para que la justicia calle, para que la puerta de la prisión se abra, y yo quiero que don Juan salga libre y seguro... porque le amo, ¿lo entendéis?... porque es mi vida, y el mal que le sucede me vuelve loca, me asesina.

Entonces la Dorotea, poniéndose muy colorada, me dijo : El hombre que yo quiero que no quiera á ninguna mujer más que á es don Rodrigo Calderón . Necesito saber cómo habéis conocido á don Rodrigo Calderón, la dije. ¿Necesario de todo punto? Ya lo creo; y si fuera posible hasta el día y la hora en que le vísteis por primera vez. ¿Y si no lo digo no me daréis el bebedizo?

A propósito de las piezas mayores de palacio, habéisme dicho que la primera es el rey. Os engañáis; pero como sois hombre de ingenio y de experiencia, quisiera saber el motivo de vuestro engaño. En esto debe de danzar la Dorotea... vuestra ahijada... ó vuestra hija, ó vuestra querida... Púsose pálido como un difunto el tío Manolillo. ¡Pobre Dorotea! exclamó el bufón.

¡Dorotea! ¿Os ama tanto como yo vuestra mujer? ¡Oh, qué pregunta! Es que yo quiero, es que yo deseo que os ame, no más que yo, porque eso es imposible, sino tanto; yo bien que siendo vuestra esposa, será digna de serlo... ¡Oh, ! ¿Y quién es? ¿La conozco yo? Decidme su nombre.

Os suplico que os expliquéis. ¡Que me explique! Quevedo es amigo de la reina, de esa mujer á quien todos creen una santa, que á todos engaña. Por Dios, Dorotea, ved lo que decís; no comprendo por qué os irritáis.

Seguid, seguid, me parece adivinaros; veamos si me he engañado. irás misteriosamente á ver á ese hombre. Debes ir. Yo te buscaré el lugar. ¡Ah! no, no dijo Dorotea.

-No tornes a esas pláticas, Sancho, por tu vida -dijo don Quijote-, que me dan pesadumbre; ya te perdoné entonces, y bien sabes que suele decirse: a pecado nuevo, penitencia nueva. En tanto que los dos iban en estas pláticas, dijo el cura a Dorotea que había andado muy discreta, así en el cuento como en la brevedad dél, y en la similitud que tuvo con los de los libros de caballerías.

Pero como estoy ya cansado de que me echen el guante, trato de echar un guante de oro al escribano para que se le entorpezcan los dedos... y me urge... y me duele dejar á medio roer este pichón... pero os dejo... ¿Os vais? dijo Montiño poniéndose de pie. ¡Oh! ¡no! vos no tenéis nada que ver con la justicia dijo Dorotea : almorzad al menos, caballero... si no es ya que os sepa mi almuerzo mal.

¡Oh! ¡, es verdad! dijo dolorosamente la Dorotea ella es una noble dama; su padre es un valiente soldado... yo... yo no tengo padres... yo soy una mujer perdida; ella es menina de la reina... yo soy comedianta... pero ella no le ama como yo... no, no le ama como yo... de seguro ella no es capaz de hacer por él lo que yo haré... ella... ¡ah! ¡ella es altiva! está enorgullecida por su nombre, por su nobleza, y él es sobrino de un cocinero... esa mujer... aunque le ame... estoy seguro de ello, no le confesará su amor... mientras que yo le he abierto mi alma entera.

Quevedo había operado con su cruel tratamiento una reacción en el ánimo del joven; le había ennegrecido el recuerdo de Dorotea, le había hecho temblar por doña Clara.