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Fué la primera situación difícil en que se encontró después de casado don Juan; creía profanar el nombre de su esposa y tartamudeó algunas palabras en una torpe excusa; Dorotea vió lo que pasaba en el alma de don Juan.

Ya hemos visto en la carta de doña Clara Soldevilla al padre Aliaga, que los presentimientos del bufón no habían sido exagerados. Le hemos visto también conmoverse al oír en los labios del padre Aliaga el nombre de Dorotea. El bufón quería acercar á la joven al padre Aliaga, y explotar en su provecho el amor que el padre Aliaga había sentido en su juventud hacia su madre.

El teatro, dijo la Dorotea ; sin que vos me lo aconsejárais estaba resuelta á ello... pero el mundo... el mundo no; en el mundo... fuera del claustro está mi felicidad; está él, y él me ama... Ese caballero no puede ser vuestro esposo; ese caballero no puede amaros.

El padre Aliaga estaba profundamente pensativo. El rey oraba. El bufón se bebió de un trago la copa. Ahora bien dijo , y ya que sabéis que Dorotea no es ni mi hija, ni mi amante, ¿qué queréis de ella? ¿por qué me habéis preguntado por ella? Basta, basta dijo el padre Aliaga ; me siento malo, y con la venia de vuestra majestad me retiro. Id con Dios, padre Aliaga, id con Dios dijo el rey.

A aquella pregunta de Dorotea, pregunta hecha con sinceridad, con candor, con anhelo, Montiño sintió una especie de vértigo. Dorotea se había transfigurado; su alma, un alma entusiasta, enamorada, noble, se exhalaba de su mirada, de la expresión de su semblante, de su boca trémula, de su acento cobarde, ardiente, opaco.

Admirada quedó Dorotea cuando oyó el nombre de su padre, y de ver cuán de poco era el que le nombraba, porque ya se ha dicho de la mala manera que Cardenio estaba vestido; y así, le dijo: -Y ¿quién sois vos, hermano, que así sabéis el nombre de mi padre? Porque yo, hasta ahora, si mal no me acuerdo, en todo el discurso del cuento de mi desdicha no le he nombrado.

Dorotea no podía partir el amor de su alma con otra, por más que aquella otra fuese la esposa del hombre de su amor. La situación de don Juan, ante quien Dorotea se presentaba de una manera enloquecedora, dándole la libertad y con la libertad la vida, sacrificándoselo todo, con la abnegación sublime de que sólo es capaz una mujer que ama, la situación de don Juan era horrible.

¿Y para qué quiero yo vivir dijo el joven con profundísima amargura , si vos no me amáis? ¿si al casaros conmigo habéis hecho un doloroso sacrificio por su majestad? ¡Y esa comedianta! exclamó doña Clara con acento seco y rápido, acercándose más al joven. ¡Dorotea! , esa hermosísima Dorotea, con quien habéis pasado el día. ¿Si yo os pruebo que no amo á esa mujer...?

Oyó asimesmo Cardenio el ¡ay! que dio Dorotea cuando se cayó desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, salió del aposento despavorido, y lo primero que vio fue a don Fernando, que tenía abrazada a Luscinda. También don Fernando conoció luego a Cardenio; y todos tres, Luscinda, Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin saber lo que les había acontecido.

Y sin embargo, la hermosura y el amor inmenso, excepcional de la comedianta, excitaban su deseo; halagaban su orgullo; don Juan, si hubiera podido, sin dejar de amar á doña Clara y de ser feliz con ella, hubiera sido amante de Dorotea. Pero esto era imposible: Dorotea tenía demasiado corazón.