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Actualizado: 18 de junio de 2025
Al llegar a la esquina de la calle de la Puebla procuró refrenar el paso y tranquilizarse: mas al doblar la del Barco alcanzó a ver a lo lejos aquel cadete desgalichado que tan ferozmente le había querido interrumpir cuando recogió en el paseo el clavel de su hermana. Ya le había tropezado otras muchas veces en la misma calle con los ojos puestos en el balcón de Julia.
La señora del lugareño manifestó deseos de besar la mano del Provisor, pero la mirada del marido la contuvo otra vez, y no hizo más que doblar las rodillas como si fuera a caerse. El Magistral hablaba en voz alta de modo que sus palabras resonaban en las bóvedas y los demás con el ejemplo se arrimaron también a gritar.
Ahora dobla como yo..., así..., una punta con otra... Bien, ahora tira otra vez..., más..., más todavía... ¡Basta!... Ahora vuelve a doblar..., tira otra vez... ¡Bastante!... Acércate ahora a mí... Trae... Esto corre ya de mi cuenta... Vamos a otra... Toma las dos puntas..., sacude bien y estira... Ten cuidado que ésta tiene guarnición..., no vayas a romperla... Estas son las sábanas de mamá y María.
La falta de un paso que le permitiese continuar su ruta hacia occidente, lo determinó á costear la América en la dirección del sur, á doblar la extremidad meridional de la misma por el estrecho que lleva su nombre, y á continuar su navegación hacia el oeste.
Cuando puedan doblar mi gran arco de guerra, los enviaré á la frontera, para que se alisten á las órdenes del invencible Copeland, gobernador de Carlisle. Y os aseguro que como lleguen á verse frente á frente de mi verdugo y á menos de cuatrocientos pasos, no cortará más dedos ingleses el viejo zorro de Douglas. Así viváis para verlo, camarada, dijo Simón.
Los soldados se esparcieron por las ruinas. Julio fué solo hasta el final de ellas, con el propósito de examinar las posiciones del enemigo, cuando, al dar vuelta á un ángulo de pared, tuvo el más inesperado de los encuentros. Un capitán alemán estaba frente á él. Casi habían chocado al doblar la esquina.
Sí, esta mano, ¿lo oyes?, esta mano es la que te ha vencido cuando llegamos por vez primera al corazón de vuestros bosques... ¡Mi mano es la que ha doblado tu cerviz bajo el yugo y te la volverá a doblar otra vez! Porque vosotros sois valientes, creéis que seréis para siempre dueños de este país y de Francia entera... ¡Pues bien, estáis equivocados!
Sí, pues principiemos por doblar la rodilla, pues á pocos pasos de la casa adonde nos dirigimos llevan el orimon, resguardado por un inmenso payo de seda grana, y dentro de aquel se ve al ministro del Altísimo con la sacrosanta forma.
Las gentes del sol le insultaban con bramar de cuernos y toques de cencerro cuando se demoraba en dar muerte a los toros, clavándoles medias estocadas que no llegaban a hacer doblar las patas a la fiera. En Madrid, el público «le aguardaba de uña», como él decía.
Para ella el amor tomaba siempre la forma de un guerrero y se le representaba con casco y loriga viniendo jadeante y cubierto de polvo, después de haber sacado a su competidor fuera de la silla de un bote de lanza, a doblar la rodilla delante de ella para recibir la corona de su mano, que después besaba con ternura y devoción.
Palabra del Dia
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