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Actualizado: 11 de junio de 2025
El pulso estaba firme; creía tener la cabeza de don Víctor apoyada en la boca de su pistola; suavemente oprimió el gatillo frío y... creyó que se le había escapado el tiro. «No, no había sido él quien había disparado, había sido la corazonada». Ello era que don Víctor Quintanar se arrastraba sobre la hierba cubierta de escarcha, y mordía la tierra.
Partiéronse al rayar el día, yendo Cervantes disparado hacia la puerta de Jerez, llegando a punto que la abrían, y llegáronse a la Torre del Oro, y alquilando una barca, hacia la galera Marquesa bogaron, llegando a ella cuando sonaba el cañonazo de leva y tocaban en cada galera los instrumentos militares a la oración de la mañana.
Pocos hombres hubieran resistido aquel ataque furioso, pero Tristán, sin perder pie, dió al arquero una sacudida terrible y lo arrojó contra la pared como disparado por una catapulta. ¡Ma foi! En poco ha estado que te ganaras el cobertor y me hicieras abrir con la cabeza una ventana más en esta honrada hostelería, dijo el sorprendido soldado, que á duras penas pudo conservar el equilibrio.
Muy contra su voluntad, a pesar de la desgracia que tenía encima, el cazador sintió el placer de la vanidad satisfecha. «Frígilis había disparado dos tiros y... nada; disparaba él uno solo y... cuatro.... Sí, cuatro, allí estaban, sangrando sobre el prado, mezclando las gotas rojas con la escarcha blanca de la hierba».
Mas no todo lo que se escribe se escribió con el estudiado objeto de mantener la atención pública, con la pretensión de crear en los otros nuevas sensaciones, con el prurito de hacerse notable, de hacerse mirar, como ventana de donde sale disparado cohete volador.
Gregoria, me atormentas la cabeza, ¡por favor! Pero la señora ya se había disparado. Armó una de gritos y amenazas, que Esteven, aturdido, metió la cabeza bajo las mantas. Sí, tápate los oídos, que me has de oír. Sulfurado, por fin, el marido la llamó vieja por tres veces, como quien tira una piedra a un perro que ladra; y esto no hizo sino aumentar la exasperación de misia Gregoria.
Con aquel hombre nunca se sabía cuándo hablaba en serio. ¿Listos?... El silencio de los dos adversarios dió á entender al coronel que podía seguir sus voces de mando. ¡Fuego!... Uno... Sonó un tiro. Martínez, que sólo pensaba en el terrible tres, había disparado.
Sentíase solo, completamente solo. Acababa de perder el último de los camaradas de su juventud revolucionaria. De todos los que habían disparado en la sierra y afrontado la muerte o el presidio por el romanticismo de la revolución, no quedaba ninguno a su lado.
Maxi no dijo una palabra, y de pronto salió disparado de la casa, cerró con estruendo la puerta y bajó la escalera de cuatro en cuatro peldaños. Asustose Fortunata, y asomándose al balcón, viole recorrer apresuradamente la calle de Sagunto y después tomar por la de Santa Engracia, hacia abajo. Ella salió después, tomando por la misma calle, pero hacía arriba, en dirección de Cuatro Caminos.
Además, la nación entera estaba de revuelta. A corta distancia de Jerez, en el mar invisible cuyas brisas llegaban hasta las viñas, los barcos del gobierno habían disparado sus cañones para anunciar a la reina que debía abandonar su trono. Además, ¡qué de músicas arrulladoras para el pobre!, ¡qué de elogios y adulaciones al pueblo que meses antes no era nada y ahora lo era todo!
Palabra del Dia
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