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Actualizado: 25 de junio de 2025
En tanto que el cura decía estas razones, estaba la disfrazada moza como embelesada, mirándolos a todos, sin mover labio ni decir palabra alguna: bien así como rústico aldeano que de improviso se le muestran cosas raras y dél jamás vistas.
De todas suertes, lo que le pasaba probaba que aún era joven, que no era por necesidad disfrazada de idealismo por lo que se juraba ser platónico, siempre platónico, o por lo menos indefinidamente, en sus relaciones con la fiel y querida amiga.
En el alto mundo, el flirt, el abominable, el odioso flirt, inventado por alguna americana sin temperamento, la vanidad disfrazada de Cupido, el ridículo en vez del placer, la vanagloria en vez de la pasión, el flirt, mezcla del viejo patitismo italiano y del cant británico, gimnasia del cretinismo social, obliteración de la naturaleza, traducción grotesca de un canto divino.
Amaneció el día que se siguió a la noche de la ronda del gobernador, la cual el maestresala pasó sin dormir, ocupado el pensamiento en el rostro, brío y belleza de la disfrazada doncella; y el mayordomo ocupó lo que della faltaba en escribir a sus señores lo que Sancho Panza hacía y decía, tan admirado de sus hechos como de sus dichos: porque andaban mezcladas sus palabras y sus acciones, con asomos discretos y tontos.
¡Qué picante eres, Flora! exclamó el zagal poniéndose colorado. ¿No ves, querido manifestó la muchacha soltando una carcajada, que con esa carita tan blanca y sonrosada va á parecer que bailo con otra mujer disfrazada? El mancebo se sintió herido en lo profundo del alma y guardó silencio.
Sucedíame entonces lo que al temerario que por un falso pundonor, por un arranque nervioso y de mal disfrazada vanidad, desciende al fondo de un precipicio. Ya está abajo, ya hizo la hombrada, ya demostró con ella que llega hasta donde llegue el más intrépido... Corriente. Pero ahora hay que subir. ¿Cómo? ¿Por dónde?... ¡Y allí es ella, Dios piadoso!
¡Anda, bestia, anda, que siempre has de servir de payaso en todas partes! Y a empujones lo fué sacando del salón. La buena señora, que venía disfrazada con dominó y careta, luego que le dejó en la antesala con orden expresa y terminante de irse inmediatamente a casa, se volvió a meter en el centro del baile, donde tenía un asunto de importancia que resolver, como luego veremos.
Podía hacer Pep lo que gustase: él no había de volver jamás a aquel lugar olvidado de su juventud. Y como el payés pretendiese hablar de futuras remuneraciones, don Jaime le atajó con un gesto de gran señor. Luego miró a la muchacha. Muy guapa; parecía una señorita disfrazada; en la isla debían ir los atlots locos tras de ella.
Tocante a esto del disfraz no había duda, porque ellos la conocían de años atrás. ¡Ah! y cuando vino, la otra vez, la señora disfrazada, a todos les había socorrido igualmente. Bien se acordaban él y otros de la cara y modos de la tal, y podían atestiguar que era la misma, la misma que en aquel momento estaban viendo con sus ojos y palpando con sus manos.
La fábula en que se funda La dama presidente, de Leiba, esto es, la de una señora que, disfrazada de hombre, llega á adquirir la importancia suficiente para transformarse en juez de las faltas de un marido celoso con una amante infiel, ha sido desenvuelta dos veces por Lope de Vega en El alcalde mayor y El Juez en su misma causa.
Palabra del Dia
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