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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Era, como esperaba Flimnap, una solicitud para poder suprimir al Hombre-Montaña, fundándose en su falta de adaptación á las costumbres del país y en los enormes gastos que exigía su cuidado y su sustento. Gurdilo pidió inmediatamente la palabra. Después de su último discurso, todos creyeron adivinar lo que iba á decir contra el gigante.
Hacía rato que el cura no prestaba la menor atención al discurso de Pablo. El carruaje había entrado en una calle bastante larga y perfectamente recta. Al fin de esta calle el cura veía venir a un caballero a galope. Mirad dijo el cura a Pablo, mirad vos que tenéis mejores ojos que yo; ¿no es Juan el que viene allá? Sí, pues, es Juan, reconozco su yegua mora.
Media hora; ya llevaba media hora hablando y aún no había comenzado de veras el discurso. Ahora lamentaba que la Cámara estuviese vacía. ¡Tan bien que marchaba aquello!... Frente a él, en la penumbra de la tribuna diplomática, seguía moviéndose el abanico, distrayéndole con su aleteo. ¡Diablo de señora! Bien podía estarse quieta.
Como se vió en la donosa astucia de que usó aquel grande orador Demostenes, cuando vió la mayor parte de sus oyentes rendida al sueño, y para recordallos en atencion y aplauso les contó la novela de Umbra Asini, y, en cobrandolos, añudó el hilo de su discurso.
Señores oyentes o lectores, estas orejas mías oyeron el primer discurso que se pronunció en asambleas españolas en el siglo XIX. Aún retumba en mi entendimiento aquel preludio, aquella voz inicial de nuestras glorias parlamentarias, emitida por un clérigo sencillo y apacible, de ánimo sereno, talento claro, continente humilde y simpático.
Volviéndose a su hermana, más atenta a sus manos que a su discurso, exclamó: ¿Quién diría que un Vargas, Casilda...? No concluyó la frase, pero sobrada elocuencia tenía el movimiento melancólico de su cabeza. Cuando se ha tenido y ya no se tiene, el pan negro se hace más amargo y el blanco más deseado, y los Vargas lo habían comido sobre manteles de holanda...
Tal como ahora le hallamos, todavía llamaba la atención por su fisonomía simpática y venerable, y por su figura atlética. Con la violencia de la tos, su temperamento sanguíneo experimentó una fuerte sacudida: el rostro se coloreó excesivamente. Cuando hubo cesado, tornó a coger el hilo del discurso.
Comprendió que el tener razón era allí lo de menos. A Ronzal ya le echaban chispas los ojos montaraces. Se había embrollado y esto era lo que más le irritaba siempre, perder el discurso a lo mejor. ¡Sí, señor, esa cuestión; y quiero que se hable claro! Ni él mismo sabía lo que exigía. Foja se encargó de poner las cosas claras.
La Esfinge, implacable, trató de ennegrecerla y ahondarla todavía más. Su marido se lo impidió con una mirada que tuvo toda la fuerza de un discurso para su corazón de madre. Ángel se levantó aturdido y mudo para retirarse de allí, y al mismo tiempo extendió el brazo para recoger el retrato de Luz, que estaba sobre la mesa.
El comandante Pierrefonds vivía desorientado, dudando de sus sentidos, creyéndose algunas veces juguete de «la loca de la casa» que también llevaba en lo más alto de su cuerpo, como todos los seres humanos, pero que hasta entonces había vivido dormitando y ahora empezaba á atormentarle con sus jugarretas. Tenía la seguridad de que el maestro había hablado de él en su discurso.
Palabra del Dia
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