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Actualizado: 20 de mayo de 2025
¡Hola! ¿Es la Sra. Ester la que desea hablar una palabra con el viejo Rogerio Chillingworth? respondió el médico, irguiéndose lentamente. Con todo mi corazón, continuó; vamos, señora, oigo solamente buenas noticias vuestras en todas partes. Sin ir más lejos, ayer por la tarde, un magistrado, hombre sabio y temeroso de Dios, estaba discurriendo conmigo acerca de vuestros asuntos, Sra.
Por todo lo cual determinó esperar, discurriendo de este modo: «Si piensa en mí, por muy astuto que sea, algún día se clareará, y según sus intenciones... veremos. Una cómica como yo no puede pensar en casarse con un hombre como él: lo otro no debe ser, no me conviene, no quisiera... Malo es que esté ya tan preocupada. En fin...¡Dios dirá!»
Observando lo que sucede en nosotros, y discurriendo por analogía con respecto á otros seres sensibles, podemos notar que entre la variedad de sensaciones hay un ser solo que las percibe; el mismo ser es el que oye, el que ve, el que toca, el que huele, el que saborea; el mismo ser es el que recuerda estas sensaciones cuando han desaparecido, el que las busca cuando le son agradables, el que las huye si le son ingratas, el que goza con las primeras, el que sufre con las segundas; esto entra en la idea de ser sensible; por manera que si en los brutos no hubiese ese sujeto comun de todas las sensaciones, uno en medio de la multiplicidad, idéntico entre la diversidad, permanente debajo de la sucesion, no serian seres sensibles tales como nosotros los concebimos, no sentirian propiamente hablando, pues que no hay sensacion tal como aquí la entendemos, cuando no hay un ser al cual afecta, un ser que la percibe.
Y siguiendo su camino, á los dos dias llegó á donde habia un manantial pequeño, en el cual se refrigeró él, y sus dos perros, y discurriendo poder socorrer á su compañero le pareció inútil, pues le contemplaba ya muerto: por lo que llenó el cuero de lobo de agua, siguiendo su rumbo, que regularmente era como media legua distante del mar, manteniéndose con varios animalitos y bichos que él y sus perros tomaban, y bebiendo cosa corta del agua que llevaba en el cuero para conservarla.
«Nada le dijo esta , que tiene usted que esperar también. ¿Tiene usted llave?». ¿Llave yo? La del campo indicó Ballester con mal humor, discurriendo que maldita la falta que hacía Maxi allí . Más vale que se vaya usted, amigo Rubín, y vuelva, porque esto va largo. Esperaré yo también contestó el otro sentándose debajo de Ballester.
Anoche estuve toda la noche discurriendo muy intranquilo, los sesos como ascuas, porque al plan, mejor dicho, al sistema no le faltaba más que una fórmula para estar completo... ¡La maldita fórmula...! Por fin, ahora, hace un ratito, se me ocurrió; di un brinco de alegría.
Los primeros días me inspirabas verdadero terror, y me pasaba las horas pensando cómo había de entrar y qué cosas había de decir, y discurriendo alguna triquiñuela para hacer menos ridícula mi cortedad... Dígase lo que se quiera, hija, aquella educación no era buena. Hoy no se puede criar a los hijos de esa manera. Yo ¡qué quieres que te diga!, creo que en lo esencial Juanito no ha de faltarnos.
Entre el mayor placer y gusto por la boda, sucedió un alboroto y pendencia entre Catalanes y Genoveses, que casi fué batalla muy sangrienta, nacida como muchas veces acontece de pequeña causa, y aunque Pachimerio dice, que fué sobre la cobranza de los veinte mil ducados que prestaron á Roger en Sicilia, y que por sosegarlos ofreció el Emperador de pagarlos, pero la más cierta ocasion de la pendencia fué, que un Almugavar discurriendo por la ciudad dió ocasion á dos Genoveses, viéndole solo, que se burlasen con mucha risa de su traje, y figura; pero el ánimo militar del Almugavar mal sufrido en los donaires y motes cortesanos, mas osado de manos que de lengua, les acometió con la espada, y travó la pendencia.
Me iré a vivir a un pueblo, sin más lujo que una escopeta, ni más amigo que un perro. De pronto soltó a Cristeta, se sentó en una silla, y juntando las manos, comenzó a dar vueltas con los pulgares, como suelen hacer los que están muy aburridos. Cristeta, discurriendo con el sublime egoísmo del amor, pensó: «¡Pobre! ¡Tal vez se quede pobre! ¡Así será más fácilmente mío!»
Su esposa no cesaba de cavilar y de calentarse el cerebro, ya contando horas y minutos, ya imaginando obstáculos, o bien discurriendo el modo de ir al encuentro de su cara mitad, cosa harto difícil ciertamente por no saber qué camino traía. El cólera había llenado de consternación y luto el alma de la señora, afectando también a sus leales amigos.
Palabra del Dia
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