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Actualizado: 24 de junio de 2025
Al fin se hizo la oscuridad, nos dimos las buenas noches, todo quedó en silencio y mientras, con los ojos abiertos como ascuas, mirábamos el techo invisible, el espíritu comenzó a vagar por mundos lejanos, a recordar, a esperar, a echar globos, según la frase característica de los colombianos.
La mayor parte de estas 24 horas hemos tenido pocos vientos, con buen tiempo, y mar muy recia. A las dos y media de la tarde dimos fondo en 15 brazas de agua en la Bahía de los Camarones. La isla mas al E, E cuarto de SE; otra isla S: la tierra firme mas al S, cuarto de SO; dicha mas al N, NNE, distancia milla y media.
A las pocas más vueltas que dimos acerté a ver a las monjas, a quienes acababa de dejar el padre Talavera, y me despedí para acercarme a ellas. Vaya usted con Dios me dijo con un acento donde creí advertir cierta burla. Al mismo tiempo observé que se fijaba descaradamente, deteniendo el paso para ello, en la hermana San Sulpicio.
Bien pensado el caso, me dije que él no había de necesitarlos más, visto que le salía por pecho y espalda una flecha mía de las gordas.... ¿Qué más, qué más? Nos dimos otra zampada de camino, y éramos lo menos seis mil arqueros cuando llegamos á Isodún, donde también me favoreció la suerte. ¿Otra batalla? ¿Otro par de botas, Simón? se oyó decir á los arqueros. No, algo mejor que eso.
Echamos pie a tierra, dimos, en medio de la oscuridad, con una puerta que se abrió a fuerza de golpes y penetramos todos en una pieza cuadrada, débilmente iluminada por algunos candiles y dentro de la cual había unas quince personas, algunas preparando sus lechos y otras alrededor de una mesa, huérfana aún de comestibles.
La pena que creo ver escondida en aquel bulto negro, la lágrima que me parece adivinar á través de aquellas vidrieras, me reconcilia con toda esta magnífica farsa. Vamos, me dijo mi mujer. Vamos, contesté yo, y nos dimos á bajar la escalera. La mujer que vende la leche, está tres puertas más abajo de nuestro hotel. Luego que nos vimos en la calle, miré hácia el balcon de nuestra incógnita.
Dimos vuelta a la esquina de la casa, y, por una escalera que había a un lado, subimos al piso principal. El capitán se hallaba en un sillón, envuelto en un capote azul, viejo y raído, con los ojos cerrados. Al oír mis pasos se incorporó y murmuró con voz apagada: Mary, trae una silla. Cogí yo la silla y me senté. ¿Qué podía querer aquel hombre de mí? ¿Qué relación podía haber entre nosotros dos?
35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui huésped, y me recogisteis; 36 desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí. 37 Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿O sediento, y te dimos de beber?
Ahí está la cabeza del Sarraceno, iba diciendo á sus compañeros; lo cual prueba que por aquí anda Sir Bernardo de Brocas, á quien esas armas pertenecen. Yo le ví en Poitiers, en la última acometida que dimos á los elegantes caballeros franceses y os aseguro que peleó como un león.
Apenas dimos allí fondo cuando saltaron en tierra nuestros indios, y sentidos de la muerte de sus compañeros la robaron y saquearon toda; era esta tierra del cacique Jacayrá, donde él mantiene algunos vasallos para la fábrica de las canoas.
Palabra del Dia
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