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Actualizado: 24 de junio de 2025
Desde este sitio fuí siguiendo la canal, pero á distancia de media milla dimos sobre bajos, despues de haber varado infinitas veces: arrimamos á la isla para aguardar la bajamar, á ver si en ella descubria algun canalizo por donde seguir; observé la pleamar á la una y un quinto de la tarde, de que se sigue que el dia de la conjuncion ser á las cinco y un quinto.
En éstas y otras, volvieron a unirse y apretarse los altos muros de la barrera; fue estrechándose el valle del otro lado, y cuando quedó convertido en un saco angosto, dimos en una aldehuela que llenaba todo el fondo de él.
Nos dimos la mano con timidez, sin decirnos palabra. Yo no estreché la suya: ella no estrechó la mía; pero las conservamos unidas un breve rato. En la mirada que Pepita me dirigió nada había de amor, sino de amistad, de simpatía, de honda tristeza. Había adivinado toda mi lucha interior: presumía que el amor divino había triunfado en mi alma; que mi resolución de no amarla era firme e invencible.
»Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, tomándome sobre su palabra, dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerías, lo había callado.
A 17 dimos fondo á vista de la laguna Jaragui que se oculta por gran trecho entre bosques y montes hasta cerca de la de los Orejones.
Dimos vuelta a toda la casa y aún nos detuvimos mucho tiempo después de enganchados los caballos; pero no volvió; no cabía duda que, evitando una despedida formal, nos dejaba partir como habíamos venido.
Excuso decir, que tanto estas obras como la mayoría de las que se encuentran en la provincia, son hechas bajo la inmediata dirección de los gobernadores con el empleo del trabajo comunal. A los cuarenta y cinco minutos de marcha, dimos vista al bonito y pintoresco pueblo de Sariaya, en cuyos bantayanes nos esperaba la música, la que nos acompañó hasta el Tribunal provisional.
En la misma forma que se habia tratado, se ejecutó: entramos al pueblo, y dimos muerte á muchos indios, y los que creian escapar, huyendo, caian en manos de los Yapirús, que mataban la mayor parte: sus mugeres é hijos quedaron libres, porque los tenian escondidos en un gran bosque, una legua de allí.
Invitamos a algunas muchachas de aire equívoco a tomar algo en los cafés y tabernas; pero al vernos borrachos huían. Aburridos, cansados, dimos con nuestros cuerpos en una tienda de montañés próxima a la Puerta del Mar. Aquella noche hice yo un gasto de cólera y de rabia inútil. Al entrar en la taberna vi a un hombre moreno, mal encarado, que me miraba de una manera aviesa. Debía de ser un matón.
Pero la cosa se había hecho para comer; y al poco rato, la blanca carne de la merluza, revuelta con los sabrosos adornos, estaba en todos los platos. Y ya que dimos fin con la pobre, ahora otro traguito. Decididamente, el tío se ponía alegre. Las niñas recordaban como un sueño la cara irónica y glacial de otras ocasiones.
Palabra del Dia
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