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Actualizado: 24 de junio de 2025


Paso á otra curiosidad. Cuando de regreso á la fonda, cruzábamos la esquina de nuestra calle, nos dimos de cara con Luisa. Como que la mirada de los tres fué un relámpago, no pude adivinar la emocion que la habia causado nuestra presencia. No me atrevo á decir que adivino aquella emocion, porque los secretos del alma son muy difíciles de adivinar.

Cambió discretamente de conversación el médico; dimos poco después unas vueltas por la salona, hablando... no recuerdo de qué trivialidades; fuese al cabo de un corto rato, y quedéme otra vez solo; pero ¡cosa extraña! sin inquietudes ni tristezas. ¡Vaya si me dio que pensar la ocurrencia de Neluco!

Delaberge se echó a reír. ¡Apuesto, señora Liénard, que es él quien le aconseja en este asunto de los deslindes! Lo ha adivinado usted... Cuando hace dos años regresó Simón de la Escuela de Cluny, ofreció a los usuarios del pueblo defender gratuitamente sus intereses y todos le dimos plenos poderes... Y así es como entré en relaciones con él.

Empezó su viage con 300 cristianos, 130 caballos y 2,000 Cários, y en ocho dias continuos no halló nacion alguna. Al noveno, y á las treinta y seis leguas del monte de San Fernando, dimos en los Naperús, indios que se mantienen de caza y pesca. Son altos y robustos. Las mugeres son feas, y desde la cintura á la rodilla traen un paño. Cuatro dias despues llegamos á los Mapais, nacion muy populosa.

Cenó conmigo el dicho hidalgo, que no traía blanca, y yo me hallaba obligado a sus avisas, porque con ellos abrí los ojos a muchas cosas. Compréle del huésped tres agujetas, atacóse, dormimos aquella noche, madrugamos y dimos con nuestros cuerpos en Madrid.

La antigua capitana de Talisay no solamente tenía buenas alhajas, sino que también era dueña de un gran bote que con sus correspondientes remeros puso á nuestra disposición. Listo el bote y listos nosotros, ayudados de la lona y de los remos, dimos rumbo en demanda del monte de Taal, gigantesca y sombría masa que se destaca en medio de las aguas.

La mía fué un recuerdo para los seres queridos que habitan aquella lejana tierra que iba perdiéndose entre los crespones de la noche. El nombre de Tayabas arrancará siempre una vibración á nuestra alma. Concluída la oración nos dimos las buenas noches, siguiendo las legendarias costumbres de nuestros abuelos, cubrimos nuestras cabezas y tomamos asiento al abrigo de la camareta del timón.

A poco rato de haber llegado este oficial, divisamos un grande fuego que los indios enemigos hicieron, que naturalmente fué hecho para que en caso que los siguiesemos no pudiesemos dar con sus huellas: pero atendiendo á que estabamos enteramente sin bastimento alguno, nos vimos precisados á retroceder, y solo dimos lugar á que los indios amigos acabasen de pasar á esta banda, y á estas mismas horas, que serian como las cinco de la tarde, se dio orden para marchar.

Aceptéla, no declarándole que tenía los escudos que llevaba, sino hasta cien reales solos, los cuales bastaron, con la buena obra que le había hecho y hacía, a obligarle a mi amistad. Compréle del huésped tres agujetas, atacóse, dormimos aquella noche, madrugamos, y dimos con nuestros cuerpos en Madrid.

Puestos nuevamente en locomoción, merced á la fogosidad de dos magníficos caballos que enganchó Ciriaco, continuamos nuestro camino, á una hora, en que no solamente molestaba el polvo, sino que también un calor sofocante. Sin nada que de citarse sea, y después de cruzar el río Taguan, dimos vistas á Tiaong. En tres horas salvamos los 27,50 km. que separan á Tiaong de Sariaya.

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