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Actualizado: 12 de julio de 2025
Dos hombres, ambos italianos, se detuvieron al verme pasar, para saludarme y desearme ben tornalo. Uno era un abogado, cuya esposa tenía fama de ser una de las mujeres más bonitas de la ciudad, en la cual, aunque parezca extraño, el tipo más notable de belleza es el de cabellos rubios. El otro era el caballero Alimari, secretario del cónsul general inglés, o el «Mayor», como lo denominaban todos.
Al día siguiente, muy de mañana, sintieron los dos que les despertaban de un empujón; se levantaron y oyeron la voz de Luschía: Hala. Vamos andando. Era todavía de noche; la partida estuvo lista en un momento. Al mediodía se detuvieron en Fagollaga y al anochecer llegaban a una venta próxima a Andoain, en donde hicieron alto. Entraron en la cocina. Según dijo Luschía, allí se encontraba el Cura.
La luna reflejaba su cara bonachona en el cristal azul del agua que transcurría silenciosa. Los dos huyeron de la luz. Querían descansar; sentíanse sin fuerzas para seguir adelante, y se detuvieron junto a un desmonte, ocultándose en la sombra que proyectaba la masa de tierra. Sonaron en la penumbra suaves chasquidos, apagadas voces de protesta. Feli hablaba quedamente, con llorosa voz.
Se detuvieron delante de una puerta en la cual se leían estas inscripciones en letras negras: Campistrón agente dramático. Lecciones de declamación y canto. Nuevo Método; y en un papel pegado con cuatro obleas, esta advertencia manuscrita: ¡Llamad fuerte!
En este lugar se detuvieron ocho dias, para que los heridos se curasen y los demás descansasen del trabajo y fatiga de la batalla. Súpose luego como la gente que Miguel aguardaba, y según los espías refirieron ya se le habia juntado antes de la batalla, y que todo estaba vencido.
Sin sentir manar la sangre corrió en busca del palo; pero antes de llegar, ya se le interpuso la Pimentosa con una silla enarbolada en ambas manos. El gigante tomó otra silla. Se detuvieron un momento mirándose cara a cara; echándose mutuamente su ardiente resuello y cruzando los rayos de sus ojos llenos de ira. De repente la giganta soltó el mueble; había tenido una idea feliz, salvadora.
Justamente... sanseacabó. Bajaron con todo sosiego al valle por un camino estrecho, trazado en zig-zag. La casa rectoral era la primera del pueblo, alejada buen trecho de las otras. Delante de ella se detuvieron.
Ella, con las mejillas cual la grana y cortada la voz por cien suspiros, llorosa le decia llena de rabia insana: «¡No te he querido nunca, no te quiero!» Y él tambien, á porfía, «Tampoco yo te quiero» le decia. Y al cabo, tantas cosas se dijeron, un odio tan eterno se juraron, que uno y otro su paso detuvieron y sin decirse adios, se separaron.
Otra iglesia, de que no había quedado en pie más que el crucero, tenía el domo completamente verde, y las paredes de un lado rosadas y negras, como los bordes de una herida. Y por el suelo no podía ponerse el pie sin que saltase un arroyo. Llegaron a los volcanes; pasaron por las ciudades antiguas: más allá iban; y no se detuvieron.
23 Y saliendo Aod al patio, cerró tras sí las puertas de la sala con la llave. 26 Mas entre tanto que ellos se detuvieron, Aod se escapó, y pasando los ídolos, se salvó en Seirat. 28 Entonces él les dijo: Seguidme, porque el SE
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