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Dos hombres, ambos italianos, se detuvieron al verme pasar, para saludarme y desearme ben tornalo. Uno era un abogado, cuya esposa tenía fama de ser una de las mujeres más bonitas de la ciudad, en la cual, aunque parezca extraño, el tipo más notable de belleza es el de cabellos rubios. El otro era el caballero Alimari, secretario del cónsul general inglés, o el «Mayor», como lo denominaban todos.

Al atravesar el poblado de Villanueva en el cual todos los rostros me eran tan conocidos vi a dos o tres de mis antiguos camaradas, crecidos ya, casi hombres, que se encaminaban al campo con los útiles del trabajo al hombro. Volvieron la cabeza al percibir el ruido del carruaje, y comprendiendo que se trataba de algo más que un paseo me hicieron expresivas señas para desearme un feliz viaje.

Verdad es que alguna mudanza han hecho en ciertos acaecimientos de buena ventura, que me la han dado la mejor que yo pudiera desearme, pero no por eso he dejado de ser la que antes y de tener los mesmos pensamientos de valerme del valor de vuestro valeroso e invenerable brazo que siempre he tenido.

Luego, como olvidando aquel pensamiento, prosiguió: Ciertamente Gonzalo es harto rendido. Cuanto más dura soy con él más parece desearme. Yo le quiero, le quiero de veras, Alvarez. En cambio Ramiro tan pronto se derrite como se enfada; hoy es arrope, mañana vinagre. Más orgulloso no lo hay.

Me dejarás cuando quieras; tal vez te deje yo antes... Te deseo desde hace unos días: debes desearme como los otros... Vivamos el momento presente como personas que conocen el secreto de la existencia y saben lo que ésta puede darnos... Luego, si nos cansamos el uno del otro, ¡adiós! sin rencor y sin nostalgia. Al recordar el príncipe de tarde en tarde esta escena, sentía cierta molestia.

Vivía en esta mesma tierra un cielo, donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a desearme: tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero de más ventura y de menos firmeza de la que a mis honrados pensamientos se debía.