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Despidiéronse muy gozosos, y Fortunata se retiró con la mente hecha a aquel orden de ideas. ¡Un hogar honrado y tranquilo!... ¡Si era lo que ella había deseado toda su vida!... ¡Si jamás tuvo afición al lujo ni a la vida de aparato y perdición!... ¡Si su gusto fue siempre la oscuridad y la paz, y su maldito destino la llevaba a la publicidad y a la inquietud!... ¡Si ella había soñado siempre con verse rodeada de un corro chiquito de personas queridas, y vivir como Dios manda, queriendo bien a los suyos y bien querida de ellos, pasando la vida sin afanes!... ¡Si fue lanzada a la vida mala por despecho y contra su voluntad, y no le gustaba, no señor, no le gustaba!... Después de pensar mucho en esto hizo examen de conciencia, y se preguntó qué había obtenido de la religión en aquella casa.

En cuanto al recibimiento que merecimos, nada puedo decir que no ceda en honor de aquella bondadosa y liberal familia. Mi pobre mujer estaba allí como raton en boca de gato, á despecho de su fecunda locuacidad. Una señora que estaba á su lado, la dirigió no qué pregunta en francés.

Finalmente, él me va matando de hambre, y yo me voy muriendo de despecho, pues cuando pensé venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío, y a recrear el cuerpo entre sábanas de holanda, sobre colchones de pluma, he venido a hacer penitencia, como si fuera ermitaño; y, como no la hago de mi voluntad, pienso que, al cabo al cabo, me ha de llevar el diablo.

A Fortunata le hizo esto tan mal efecto, que sintió ganas de coger la palmatoria y tirársela a la cabeza. Respondió con despecho: «Pues si gana ella, mejor. A no me importa nada que él la quiera ni que la deje de querer...». Y ahora la va a querer tanto agregó Maxi impasible y frío , la va a querer tanto, que los amantes de Teruel van a ser paja al lado de ellos.

A pesar del diminutivo, el hombre que entró, sin quitarse el sombrero, era un señor de cincuenta años, lo menos; alto, bien plantado, mostrando en la mirada y el porte que, a despecho de la barba entrecana y el pelo casi blanco, aún debía de apreciar en toda su intensidad, los encantos de aquella buena moza.

Pero el hacerlo sin tentar de algún modo su proyecto, le dolía tanto que permaneció inmóvil, a despecho de la mirada de despedida que aquél le estaba clavando. No me sorprende su generosidad dijo. Su señora hermana me había hecho muchos elogios de su corazón, y veo que no estaba equivocada. Supongo que a nadie más que a mi hermana habrá usted oído hacer elogios de mi corazón.

Curemo, que esto dice, les ofrece La guia, que les guie bien derecho; Su concejo tomar bien les parece, Sintiendo que vendrá de ello provecho. El indio se retira, que anochece, Y vuelve á la mañana con despecho, Porque al alma le llega á este pagano De ver nuestro real en aquel llano.

Su amor propio, como ven nuestros lectores, engañaba á Quevedo, sobreponiéndose á su sagacidad y á su prudencia, que de una manera instintiva le decía, y le había dicho, que todo debía temerlo de la rabia y el despecho de la condesa de Lemos.

Clara le amaba, y á su despecho, contra su voluntad, había declarado su amor; pero sólo con los ojos, por donde se le iba el alma en busca del bizarro y gracioso estudiante, sin que todos sus escrúpulos religiosos v filiales fuesen bastante poderosos para detenerla. Don Fadrique pudo convencerse, en el largo coloquio que tuvo con D. Carlos, de que su pasión por Clara era verdadera y profunda.

El despecho de ésta se manifestó llamando a Ramoncito, que se mantenía un poco alejado. Y usted, Ramón, ¿por qué no se queda? ¿Come usted también en casa de tía Clementina? No: yo no.... Pues quédese usted, hombre. Ya procuraremos que no se aburra. ¡Yo aburrirme al lado de usted! exclamó el concejal, casi desfallecido de placer. Nada, nada: definitivamente se queda ¿verdad?