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Actualizado: 7 de junio de 2025
23 Y las multitudes estaban fuera de sí, y decían: ¿Es éste aquel Hijo de David? 24 Mas los Fariseos, oyéndolo, decían: Este no echa fuera los demonios, sino por Beelzebú, príncipe de los demonios. 25 Y Jesús, como sabía los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es desolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.
Un velo fúnebre revestía su espíritu, a través del cual sólo nociones enormes y supremas transparentaban. La culpa, el remordimiento, el castigo, eran las rocas que formaban el paisaje desolado y terrible de su conciencia. Así pasó tres o cuatro días, entre el delirio y el letargo. La gangrena difundía su fetidez por las estancias vecinas.
La Villasis la recibió en los suyos, estrechándola contra su corazón, besándola en la frente, hablándola al oído, con la voz suave y cariñosa con que se habla a un niño enfermo o desolado. Ella, sollozando sin cesar, repetía: ¿Y qué hago?... ¿Qué hago?... Irte. ¿Pero adónde?... A Lourdes... A esperar junto a la Virgen Santísima que pase la tormenta. Irá allí a buscarme...
Los indios calchaquies se habían sublevado en otro tiempo, matando á los mineros, destruyendo sus pueblos y cegando los filones auríferos, de tal modo, que era imposible volver á encontrarlos. El paisaje se hacía cada vez más desolado y aterrador. Sobre esta altiplanicie, donde caía la nieve en ciertos meses, sepultando á los viajeros, no había ahora el menor rastro de humedad.
»Tu triste vida se anima con su presencia y se cubre de flores a su paso este mundo que sin ella habría sido para ti un desolado desierto.
En estos rincones pacían algunos rebaños de ovejas panzudas, de largas lanas, dando con sus esquilas una nota de calma pastoril á aquel paisaje desolado que parecía recién surgido de una catástrofe geológica. El camino bordeaba la profunda zanja de una cantera. Era como uno de esos cráteres apagados, en los que muestra el planeta la intensidad de sus convulsiones.
Muñoz, avasallado, hizo un poderoso esfuerzo sobre sí mismo y declaró que ahora sólo deseaba el favor de una explicación con ella. ¿Una explicación? preguntó Adriana con modo desolado. Bueno, Muñoz, pero será con la condición de que esté presente Charito. Si usted lo prefiere... No, es lo mismo; déjanos solos, Charito.
¡Es una desgracia, es una verdadera desgracia! murmuró con más abatimiento aún Barragán. ¿Qué desgracia es esa? ¿Qué ha pasado? profirió el joven en el colmo de la impaciencia. Barragán, que parecía más inclinado a las vagas lamentaciones que a las confidencias, repitió cada vez con acento más desolado: ¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza!
Arturito tuvo que irse muy triste y desolado. No se le ocurrió, ni por un momento, dudar de la sinceridad de Rafaela ni de su reciente empeño de volverse santa. A todos los hombres nos ciega algo la vanidad y no acertamos a ver, en ocasiones, al rival que aparece, ni a descubrir en él mayor mérito que en nosotros, ni más seductores recursos.
Se fue trinando, y al poco rato recibió Rosalía el papel que esperaba con tanta ansia. «Abulta poco pensó, con el alma en un hilo, metiéndose en el Camón para abrir el sobre a solas, pues andaba por allí Cándida con cada ojo como una saeta . Abulta poco repitió sacando del sobre un papel ; aquí no viene nada». Y en efecto, no era más que una carta, escrita con la limpia y correcta letra del director de Hacienda. La cólera que invadió el alma de la Pipaón al ver que la carta no traía consigo compañía de otros papeles, le impedía leer. En su mano temblaba el pliego, escrito por tres carillas. Leía a saltos, buscando las cláusulas terminantes y positivas. En pocos segundos recorrió la dichosa epístola... Cada frase de ella le desgarraba las entrañas como si las palabras fueran garfios... «Estaba afligidísimo, desolado, por no poder complacerla aquel día...». «
Palabra del Dia
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