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Actualizado: 27 de junio de 2025


El aperador continuaba exasperando al gitano con ese humor campesino que se goza en enfurecer a los pobres de espíritu y a los vagabundos. Oye, Alcaparrón, ¿ sabes quién es este señor? Pues es don Fernando Salvatierra. ¿No has oído hablar nunca de él?... El gitano hizo un gesto de asombro, abriendo los ojos desmesuradamente. ¡Pues poco nombrao que es el señó!

Apartaba los ojos de ellos para hablar con un compañero de fila, afeitado y de aspecto grave: indudablemente el cura que había conocido el día antes. Tal vez se tuteaban ya, con la fraternidad que inspira á los hombres el contacto de la muerte. Siguió el millonario con una mirada de respeto á su carpintero, desmesuradamente agrandado al formar parte de esta avalancha humana.

Decepcionada por este respeto, hizo girar el taburete del piano, y cesó la música. El guerrero estaba frente a ella hundido en el sofá, con una cerilla en la mano, intentando encender por cuarta vez el cigarro y abriendo desmesuradamente los ojos para defenderse del entorpecimiento de sus sentidos. Al verla fijos los ojos en él, Gallardo se puso de pie... ¡Ay! ¡el momento supremo iba a llegar!

Dupont abría sus ojos desmesuradamente para expresar el asombro y la repugnancia que le inspiraban los nuevos rebeldes. Y no creas, Fermín, que yo soy de los que me asusto por lo que ese Salvatierra y sus amigos llaman reivindicaciones sociales.

La vi tambalearse, pero al movimiento que hice para sostenerla se desprendió por un impulso de inconcebible terror, abrió desmesuradamente los ojos extraviados y exclamó: «¡Domingo!...» como si despertara de un mal sueño que hubiese durado aquellos dos años; luego dio algunos pasos hacia la escalera arrastrándome en pos de ella sin conciencia de lo que hacía.

Tal expresión de terror manifestaban sus facciones descompuestas y los ojos desmesuradamente abiertos, que Duguesclín miró rápidamente en torno de la sala, clavó la vista por breves instantes en los tapices que cubrían las paredes y luégo en los anhelantes rostros de sus amigos. Esperaré ese peligro si él no me espera á , dijo.

A las diez de la noche Lidia llegó corriendo a la pieza de Nébel. ¡Octavio! ¡mamá se muere!... Corrieron al cuarto de la enferma. Una intensa palidez cadaverizaba ya el rostro. Tenía los labios desmesuradamente hinchados y azules, y por entre ellos se escapaba un remedo de palabra, gutural y a boca llena: Pla... pla... pla... Nébel vió en seguida sobre el velador el frasco de morfina, casi vacío.

Juanito quedó clavado en el suelo por el asombro, con los ojos desmesuradamente abiertos, mirando a un lado y a otro, sin ver nada. Los demás seguían cabizbajos, oyendo por centésima vez la relación del señor Cuadros, que parecía enloquecido por la ruina. ¡, hijo mío! Yo también he estado allí. Aquello es una desolación.

Tampoco estaba en Lourdes. Nunca la encontraría en esta Francia agrandada desmesuradamente por la guerra, que había convertido cada población en un hospital. Por la tarde, sus averiguaciones no obtuvieron mejor éxito. Los empleados escucharon sus preguntas con aire distraído: podía volver luego. Estaban preocupados por el anuncio de un nuevo tren sanitario.

Muchos seguían sus palabras abriendo desmesuradamente los ojos, como si quisieran absorberlas con la vista. Juanón y el de Trebujena asentían con movimientos de cabeza. Habían leído confusamente lo que decía Salvatierra, pero en boca de éste les conmovía como una música vibrante de pasión. El viejo Zarandilla no temió romper este ambiente de entusiasmo, interviniendo con su sentido práctico.

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rigoleto

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