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Actualizado: 2 de octubre de 2025
El caimán es la plaga del Magdalena; cuando algún desgraciado boga, bañándose o cayendo de su canoa, ha permitido a uno de sus monstruos probar el perfume de la carne humana, la comarca entera tiembla ante el caimán cebado; anfibio como es, salta a la playa, se desliza por las arenas con las que confunde su piel escamosa y pasa horas enteras acechando a un niño o a una mujer. ¡Cuántas historias terribles me contaban en el Magdalena de las luchas feroces contra el caimán, del valor salvaje de los bogas que, semejantes a nuestros indios correntinos, se arrojan al río con un puñal y cuerpo a cuerpo lo vencen!
El cielo se enrojece; brillan en el pueblo los puntos de las luces eléctricas; las sombras van borrando las casas y el campo. ¿Le parece a usted que nos marchemos? pregunta el clérigo. Sí, vámonos; es ya tarde contesta Azorín. En los pueblos sobran las horas, que son más largas que en ninguna otra parte, y, sin embargo, siempre es tarde. ¿Por qué? La vida se desliza monótona, lenta, siempre igual.
Azorín y Sarrió han recorrido la ciudad; luego, de pechos sobre el puente, han contemplado el río que se desliza turbio. A lo lejos, entre unos cañaverales, al pie del palacio episcopal, unos patos se zambullen y nadan. Y Sarrió, viendo estos patos, ha dicho: Esos patos que nadan en el río, ¡qué gordos que están, querido Azorín!
»Mas he aquí que en un momento dado pasa un extraño, ve a tu hija, le desliza unas cuantas palabras al oído, y no bien las ha escuchado cuando le consagra un amor más intenso que el que te profesa a ti y te deja por él y entrega para siempre a ese extraño su vida, que es la tuya. Cúmplese así la ley de la Naturaleza; ésta mira siempre a lo futuro. »¡Y, ay de ti, si profieres una queja!
Después se desliza por esta alegría una nube de duda. ¡Un duelo!... ¿Será oportuno ahora que los hombres se baten en masas de millones, dando su vida por algo más alto y más general que los rencores individuales?... Sus creencias ahogan inmediatamente este escrúpulo. «Un caballero debe estar á las órdenes de otro caballero.» Además, es su príncipe.
Aquí, en donde el monarca se inclinaba sobre su trono de oro, el ágil y silencioso lagarto se desliza como un espectro hacia su casa de mármol, al pálido resplandor del creciente lunar. Pero, oíd.
Por supuesto, que no sopla con tanta violencia á la embocadura del Sena, á la sombra de los bosques de manzanos de Honfleur y de Trouville. Al partir el manso río, se desliza suavemente á la izquierda, trayendo el influjo de su carácter agradable y pacífico. Hase descrito en otro sitio de esta obra el mar vehemente, con terrible frecuencia, de Granville, Saint-Malo, Cancale.
¿Qué oceanos los colores de tu enseña no copiaron? ¿Qué naciones no sintieron el vigor de tu coraje? ¿Qué países tus soldados con su sangre no sellaron y qué historia habrá en el mundo que a tus fastos aventaje? ¿Qué cultura habrá más alta que la tuya tan cristiana? ¿Cuál más dulce que tu idioma, que parece una fontana que hace siglos se desliza sobre un lecho de diamantes?
Frecuentan este sitio personas que vienen á pagar con el oro del rey el frenesí oratorio que enloquece al pueblo. ¡Quién! ¡Quién! ¿Quién de nosotros continuó el orador no conoce al llamado Coletilla? Es un realista fanático, un malvado agente de la casa grande. ¿No le conocéis? Este hombre es una culebra que se desliza entre nosotros para corromper á los oradores jóvenes.
Descúbrese toda la campiña al frente, haciendo fondo á la ciudad las sierras de Cabra y de Granada con sus azulados festones de crestas, y sobresaliendo al sudeste el pico de Alcaudete: por detrás de la ciudad se desliza culebreando el magestuoso Guadalquivir. En su famosa carta al obispo de Pamplona Wiliesindo.
Palabra del Dia
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