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Actualizado: 2 de octubre de 2025
La tartana se desliza, interminable, a lo largo de las calles interminables, con un ruidoso traqueteo que repercute en los ámbitos oscuros. Un instante; creo que se detiene. Sí, sí; se ha detenido. El zagal aporrea bárbaramente una puerta. Transcurre un largo rato; vuelven a sonar los recios golpes; se hace otra larga pausa; es de nuevo la puerta aporreada.
Comienzan a chirriar las puertas metálicas de las tiendas; suenan lentas, graves, una a una, las campanadas de una iglesia. Y un coche se desliza ligero, con alegre tintineo, sobre el asfalto. Lo tomo.
Se tiende el catre en cubierta, y sobre él, un espeso mosquitero, cuyos bordes se sujetan sobre la estera que sirve de colchón. En seguida, con precauciones infinitas, se desliza uno dentro de aquel horno, teniendo cuidado de ser el único habitante de la región comprendida entre el petate y el ligero lienzo protector.
Tal era el cacique don Andrés Rubio, inclinado a admirar todo lo bello y candoroso. ¿Cómo, pues, no había de admirar también a Juanita, dejándose llevar de su irreflexiva admiración a modo de quien se desliza y cae sin sentir por un suave declive? Era ya a mediados del mes de enero, y hacía todo el frío que puede hacer en aquel clima tan benigno.
El silencio era profundo, no se oía el menor ruido, a excepción del zumbido de los millares de insectos que pululaban al sol, y el suave rumor musical del agua, que en ese paraje se desliza tranquila sobre su lecho rocalloso. Mi primer impulso cuando llegamos al Universo, en Lucca, fue subir al Monasterio y visitar a fray Antonio.
No se oye más que el crujido de la rama muerta que se rompe y el zumbido del viento que se desliza silbando sobre la llanura desolada. La única verdura que se ve es la hiedra que extiende sus amplias alfombras por las paredes de las rocas, que se las adosa a los muros rústicos o envuelve con ellas el tronco de las viejas encinas.
Yo padezco, lector, frecuentemente, sin que sepa la causa verdadera ni si es cosa del cuerpo ó de la mente, una tristeza amarga, que inclemente me domina, me rinde y desespera. La sangre que en mis venas comprimida caminaba en raudal impetüoso, parece detenerse en su carrera, y sin calor, sin fuerza, empobrecida, se desliza con paso perezoso como si en mí la vida se extinguiera.
Sobre los esqueletos del camello cabalgan los huesos de los árabes, por los cóncavos donde en otro tiempo se animaban los ojos, y por las mandíbulas descarnadas se desliza corriendo la arena sutil, y estos murmullos parecen amenazas. "El insensato, ¿dónde va? Más allá el huracán lo espera, y tendrá nuestra propia suerte."
Palabra del Dia
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