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Actualizado: 21 de junio de 2025
En este punto creyó oportuno Torquemada intervenir, con esperanza de que sus discretas razones enderezaran el torcido intellectus del desdichado joven. «Mire usted, amigo Maximiliano, yo creo que todo lo que debemos saber sobre eso, ya nos lo han enseñado. Y lo que no, más vale que no lo sepamos... porque el mucho apurar las cosas le quita a uno la fe.
Para mí se hacía transparente, como para dejarme ver entre sombras una casa humilde y modesta, la casa paterna, donde me aguardaban mis tías, dos hermanas de mi madre, dos ancianas amables y cariñosas. Unico amparo del niño desdichado que no tuvo la buena suerte de conocer a sus padres, ellas le recogieron, le criaron, y a costa de no pocos sacrificios le proporcionaban educación.
¡Matásteis por mí un hombre!... exclamó Dorotea ¡algún desdichado padre de familia! No sé quién era... ni aun oí hablar á nadie de aquella muerte... el tiempo ha pasado... pero aquella sangre... aquella sangre está cada día más negra é indeleble en mi conciencia. ¡Dicen que estoy loco! es verdad... ¡loco! y es muy razonable que yo esté loco... porque he sufrido mucho... mucho...
Pues, aun cuando tiene la tez lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y mudas, apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron!» Y, diciendo esto, dio muestras de desmayarse.
Vos no me habéis enseñado eso, señor cura exclamé. El desdichado cura pasaba durante esta conversación por un adelanto de las penas del purgatorio. Se enjugaba el rostro y con dificultad tragaba su café, que le sabía a amargura. El señor de Couprat se burla de ti. ¿Es cierto eso, primo? De ninguna manera respondió Pablo, que parecía que se divertía grandemente.
De la oprimida garganta del desdichado joven salía un gemido, estertor de asfixia. Sus ojos reventones se clavaban en su verdugo con un centelleo eléctrico de ojos de gato rabioso y moribundo.
Sancho, que vio suspenso a su señor y asaz mal contento, le dijo: -Señor, ya se viene a más andar el día, y no será acertado dejar que nos halle el sol en la calle; mejor será que nos salgamos fuera de la ciudad, y que vuestra merced se embosque en alguna floresta aquí cercana, y yo volveré de día, y no dejaré ostugo en todo este lugar donde no busque la casa, alcázar o palacio de mi señora, y asaz sería de desdichado si no le hallase; y, hallándole, hablaré con su merced, y le diré dónde y cómo queda vuestra merced esperando que le dé orden y traza para verla, sin menoscabo de su honra y fama.
Pero, ¡ai desdichado de mí, en mala hora nacido! ¿Cómo han de dar honra los que están deshonrados, i cómo las gentes sabrán distinguir la verdad de la mentira, si ellos no pueden dar lo que no tienen, i ellas ponen francas las puertas de sus entendimientos para creer todo lo malo i engañoso, i las cierran cuando ven asomarse las luces de la verdad. ¡Oh, cuán ciega i flaca es la razon humana, tan fácil para el engaño i la vileza, tan difícil para la justicia!
Este le tomó la carta, y comprendió por la fecha que la había escrito el desdichado algunas horas antes de su muerte. Por desgracia, mis noticias son posteriores dijo . Después de escrito esto, le atacó una apoplejía fulminante, y está muy grave... muy grave.
¿Qué tengo yo que ver con doña Clara Soldevilla? dije que la reina... ¡Desdichado! Era querida de mi sobrino. Pues habéis mentido como un bellaco exclamó Quevedo ; y ya que no tiene remedio lo que habéis dicho á la abadesa, guardáos, guardáos de volver á pronunciar esa calumnia. ¡Ah, don Francisco! exclamó Montiño, cuya alma se encogió de miedo, bajo la mirada terrible, incontrastable de Quevedo.
Palabra del Dia
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