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No sólo con sus amigos, sino también con sus conocimientos eventuales, con los comerciantes a quienes compraba algo, con los acomodadores de los teatros, con el camarero que le servía en el café, en todas partes dejaba escapar el flujo de sus dudas crueles, esperando siempre que alguno le pusiese en camino de descifrar el terrible misterio.

Pasado el berrinche, se fijó en la cara de su sobrina, encontrando en ella un oscurísimo jeroglífico que no podía descifrar: «Pero estate sin cuidado que ya te lo acertaré yo... Conmigo no juegas ».

El diccionario, en su opinión, era epítome del universo, prontuario sucinto de todas las cosas terrenales y celestiales, clave con que descifrar los más insospechados enigmas. La cuestión era penetrar esa clave secreta, desarrollar ese prontuario, abarcar de una ojeada ese epítome.

En aquellas miradas imposibles de descifrar estaba retratada su situación. ¿Qué afecto agitaría su alma? ¿La soberbia de un perdón desdeñosamente otorgado? ¿La indiferencia del desprecio? ¿Tal vez la compasión que inspira la desgracia, aun merecida, o acaso el rencor involuntario y hondo que con ningún infortunio se apacigua?

Señor dije, no merezco ni puedo aceptar los elogios de Vuestra Majestad. Sólo a la bondad del Cielo debo el no ser hoy un traidor mayor aún que el mismo Duque. Me miró con alguna extrañeza, pero no es de enfermos graves descifrar enigmas y renunció a interrogarme. Su mirada se fijó en la sortija de Flavia que yo llevaba puesta.

Doña Inés, por su perfecta imparcialidad en el reparto de la limosna y el consuelo, antes buscaba al dolor mismo que a su víctima; iba hacia el infortunio como corre el agua dulce de los ríos hacia el mar, sin arrancarle nunca su amargura salobre, pero sin cansarse jamás; mientras sus hijos aunque animados, en el fondo del mismo espíritu de caridad, perdían el tiempo en el estéril empeño de descifrar lo incognoscible.

Había sido siempre tan poquita cosa, que donde le ponían allí se estaba. Voluntad propia, no la tuvo jamás. En ningún tiempo fue preciso ponerle la mano encima, porque un fruncimiento de cejas bastaba para traerle a la obediencia. ¿Qué había pasado en aquel cordero para convertirle en algo así como un leoncillo? La mente de doña Lupe no podía descifrar misterio tan grande.

Nada de extraño tendría que el culpable estuviera presente contemplando este triste espectáculo, desconocido á los hombres, pero olvidando que Dios le está viendo. El sabio marido, dijo el extranjero con otra sonrisa, debería venir á descifrar este enigma. Bien le estaría hacerlo, si aun vive, respondió el vecino.

Apretólo Don Cleofás, como más amigo de saber que le dijese la causa de aquel alboroto, que no se había de volver á acostar sin descifrar aquel misterio.

Aquí la gente se vuelve para mirarse por la espalda como si todos fuesen seres raros o admirables; delante de cada ciego que toca la guitarra hay una muchedumbre apiñada; las señoras pasan la vida averiguando lo que comen sus vecinas y los caballeros cuánto ganan sus amigos; la juventud se ocupa en descifrar las charadas o en contestar a las preguntas que proponen los periodiquitos ilustrados: «¿cuál es el mejor literato? ¿cuál es el torero más bruto?», etc.