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Actualizado: 5 de junio de 2025
La primera visita de Pedro fue para la señora de Aymaret, qué también habitaba por aquellas cercanías, parque Monceau: había prevenido de antemano a la vizcondesa, quien lo esperaba con cierta desazón, porque durante la ausencia del marqués, ni éste le había escrito ni ella se atrevió tampoco a hacerlo, no pudiendo olvidar que ella fue quien lo alentó en sus desdichados propósitos acerca de la señorita de Sardonne, que ella había sido su oficiosa mensajera para con aquella joven, que ella contribuyó en no escasa parte a la humillación que Pedro soportara, humillación que venía a hacer más punzante el efectuado enlace de Beatriz con Fabrice; por todas estas razones temió una escena de despecho, quizás de cólera y reproches, pero, por ventura de la interesante dama, su temor se hubo de disipar, por cuanto el marqués se presentó ante ella un poco pálido, es verdad, pero tranquilo, cortés y aun sonriente.
Ni una cosa ni otra se apuntaba en el lenguaje indiferente y frío de Juan Pablo. Este, después de almorzar, sintiose amagado de la jaqueca y se echó de muy mal humor en su cama. Toda la tarde y parte de la noche estuvo entre las garras de aquella desazón más molesta que grave.
Elena concluyó por impacientarse y dar puntapiés a su marido por debajo de la mesa. Pero otra desazón más grave la aguardaba. Fue a beber el burdeos y estaba frío. La consternación se pintó en su rostro. ¿Cómo no ha templado usted el vino, Inocencio? Dispense la señora, pero se lo he encargado a la Dolores y había quedado en hacerlo respondió confuso el criado. A ver, llamar a la Dolores.
Sólo se hablan olvidado unas bujías y Patricia bajó a traerlas. Acostado Maxi, sucedió lo que se temía: que se puso peor, y vuelta a los vómitos y a la desazón espasmódica. «Tú no quieres hacer caso de mí... ¡Cuánto mejor que hubieras dormido en casa esta noche!
Pero Adriana apenas volvió hacia ella sus ojos distraídos. ¡Voy, mamá, voy! exclamó Charito con un gesto de desesperación, para llamar la atención de Adriana. Esta repentinamente adivinó. Oyó la voz de Muñoz, miró a Julio consternada y se levantó oprimida por un sentimiento de vergüenza y desazón. Jamás había hablado con Julio de Muñoz. Tuvo tentación de despedirse y escapar por el vestíbulo.
En cierta solemne ocasión, un día de banquete, Clementina le escondió la dentadura, que tenía sobre el tocador para limpiarla. Cualquiera puede figurarse la desazón que esto produjo a la vieja miss.
Su pena sincera no era parte a ocultar la satisfacción que la embargaba por el feliz arreglo de su conflicto metálico en aquel día crítico. Cómo y de qué manera se había hecho el arreglo, ya lo diría más adelante, pues no era ocasión de importunarla con cosas que no le importaban... «¿Y el médico qué dice?». La excelente señora esperaba que la ceguera fuese una desazón de pocos días.
Evitaba bajar por la noche a Can Mallorquí, temeroso de estorbar con su presencia las conversaciones de la familia acerca de los pretendientes de Margalida. En las noches de festeig experimentaba mayor desazón; y sin explicarse el motivo, asomábase a la puerta de la torre, mirando ávidamente hacia la alquería.
Palabra del Dia
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