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Actualizado: 14 de junio de 2025
Y cerró contra la protegida de Alicia, una hambrienta, una pedantuela, que se rozaba con señoras y sólo era una doméstica. El no comprendía los amores sentimentales con mujeres de esta clase... Sintió tentaciones de atacar igualmente á la de Delille, pero se contuvo recordando que era parienta del príncipe. Los dos hombres quedaron silenciosos y pálidos, mirándose como enemigos.
También la duquesa de Delille vino á él, estrechándole las dos manos y envolviéndolo en una mirada extraña. Tu madre me quería de verdad... En los últimos años nos hemos visto mucho. Miguel asintió mudamente. Lo sabía. La princesa Lubimoff era el único sostén de esta apasionada sin escrúpulos que se iba á fondo en la consideración de las gentes.
Eres joven aún para permanecer en esa atonía: el apetito volverá á ti. Deseo que no encuentres la mesa puesta como en el pasado, que la dificultad te exalte, que la negativa te haga sufrir; y entonces... ¡entonces!... Nunca había visto don Marcos tan enfadado á su príncipe como esta mañana al anunciarle que la duquesa de Delille le esperaba abajo, en el hall.
Pero viéndola en trato familiar con la duquesa de Delille, la consideraba tan importante como la otra, acabando por confundir las cosas de ambas en un interés común.
Para esto necesitaba también el apoyo de una capitalista. Otra risotada de Lubimoff. ¡El té de la duquesa de Delille!... Sería gracioso: pero una vez agotada la curiosidad, no tendrías otros parroquianos que los que se interesasen por tus gracias. No; eso no es negocio.
El poeta Delille era muy perezoso, y su mujer le encerraba con llave para que trabajase. Ella se iba a dar un paseo o a ver escaparates, y si acaso llegaba alguna visita, el pobre poeta secuestrado abría el ventanillo y exclamaba, con una resignación un poco cómica: ¡Estoy cautivo! Le ruego tome asiento en la escalera; mi esposa no puede tardar en venir.
Ya caeréis en nuestro poder, y ¡entonces...!» Nos amenazaban con los más atroces suplicios. Y nos apodan siempre «macabros», no sé por qué. La duquesa de Delille admiraba al héroe, sintiendo al mismo tiempo cierto malestar por los horrores adivinados detrás de sus palabras. ¡La guerra! ¿Cuándo terminaría la guerra?... Encogió sus hombros el teniente, sonriendo.
Se mostraban escandalizadas é irritadas por la fortuna de la de Delille, á pesar de que ninguna de ellas había perdido un céntimo en el juego. Una suerte así no era natural; debía haber trampa. No podían decir cómo era la trampa, pero existía indudablemente.
Pero en vano esperaban algunos que avanzase una puesta, imaginándose que sólo podía jugar cantidades enormes. Sus ojos parecían ver detrás de él, y apenas la duquesa de Delille abandonaba su asiento para trasladarse á otra mesa, el príncipe le salía al paso con la mano tendida y una sonrisa juvenil.
Ella, acostumbrada á vivir entre los grandes dolores, á presenciar catástrofes, tenía en poco las conveniencias que rigen la vida ordinaria, y habló inmediatamente, con cierta rudeza militar, del motivo de su visita. Venía de parte de la duquesa de Delille. Había pasado los dos últimos días en Villa-Rosa, durmiendo allí para no abandonar un solo momento á Alicia.
Palabra del Dia
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