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Actualizado: 27 de noviembre de 2025


Cuando ha salido victorioso repetidas veces en la pelea, es sujeto á un minucioso examen con el fin de descubrir por sus señales exteriores lo que puede caracterizar su mérito: se le cuentan las escamas de los pies, se observa su figura y distribución, la tendencia é inclinación de los círculos de los espolones, y si estos se asemejan uno á otro, la forma de los dedos y uñas, y el número y colores de las plumas de las alas, siendo once el favorito.

En esto llega el señor empleado del Índice, silencioso siempre como un pez, y en lugar del libro le entrega de nuevo la papeleta. El sabio en estado de crisálida no sabe lo que aquello significa y da vueltas entre sus dedos al papel hasta que percibe dos palabritas de distinta letra debajo de su petición: no consta.

Cuídate bien, porque sabes que no tengo más que á ti en el mundo y que si me faltases, todo habría acabado para tu viejo amigo...." La carta se deslizó de los dedos de Clementina y cayó sobre la alfombra. Aquella mujer reflexionaba.

Y todavía, mi general, en mi país, cuando a propósito de Macao, se habla del Imperio Celeste, los patriotas se pasan los dedos por las greñas y dicen negligentemente: «Mandamos allá cincuenta hombres y barremos la China». Después de citar esta sandez, quedamos silenciosos. El general, tosiendo formidablemente, murmuró luego, con condescendencia: ¡Portugal es un bello país!

Me precedió, y escurrió con gran trabajo su ancho y pesado cuerpo por la puerta entreabierta. La cuna se alzaba allí en la luz rosada de la tarde. Entre los cojines aparecía una cabecita roja, apenas más grande que una manzana. Sus párpados arrugados estaban cerrados y tenía en la boca uno de sus puñitos, con los dedos crispados como por una convulsión.

Algunos llevaban hasta cuatro velas encendidas entre los dedos de cada mano, cumpliendo así los encargos de los devotos ausentes. Rosalindo figuraba entre ellos, y un amigo que iba á su lado era portador de los seis cirios restantes. Los dos, por ser jóvenes, procuraban marchar entre las devotas de mejor aspecto. Ovejero no había dudado un momento en cumplir fielmente los encargos recibidos.

Tenía la forma de una mano cuyas falanges fuesen montañas, pero le faltaba el pulgar. Los otros cuatro dedos se tendían sobre las olas, formando los cabos de San Antonio, San Martín, La Nao y Almoraira.

Entonces, le rogar a su antiguo compañero que le sirviese de padrino en un lance de honor... a propósito de unas palabras... que usted ignora sin duda, tía Liette... La anciana movió la cabeza. No, no ignoraba nada, ni el ataque ni la defensa, y una presión significativa de sus temblorosos dedos dijo su tierno agradecimiento hacia su valiente campeón.

Don Paco se preparó a obedecer el irresistible mandato; pero pensando en aquel mismo instante en que Juana la Larga, la madre de quien causaba su tormento, era quien había guisado aquel lomo, las más tristes memorias se le recrudecieron, y con una magra entre los dedos, al ir ya a tirar un bocado, se le atragantaron en la garganta los dos tan sabidos versos de Garcilaso que dicen: ¡Oh dulces prendas por mi mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería!

Se veían allí bagatelas, adornos, dijes, bellos presentes que indicaban un recuerdo constante y que debieron de ser hechos por delicados dedos, á impulsos de un tierno corazón.

Palabra del Dia

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