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Actualizado: 15 de octubre de 2025


Confuso Candido al oir estas razones, le respondió: Reverendo padre, no importan un bledo todos los quarteles de este mundo; yo he sacado á la hermana de vuestra reverencia de poder de un Judío y un inquisidor; ella me está agradecida, y quiere ser mi muger: maese Panglós me ha dicho que todos éramos iguales, y Cunegunda ha de ser mia.

Todo irá bien, replicó Candido; ya el mar de este nuevo mundo vale mas que nuestros mares de Europa, que es mas bonancible, y los vientos son mas constantes: no cabe duda de que el nuevo mundo es el mejor de los mundos posibles. Plega á Dios, dixo Cunegunda; pero tan horrorosas desgracias han pasado por mi en el mio, que apénas si queda en mi corazon resquicio de esperanza.

Por un movimiento natural los miró Candido con mas atención que á los demas forzados, arrimándose a ellos con lástima; y en algunas facciones de sus desfigurados rostros le pareció que se daban un poco de ayre á Panglós, y al otro desventurado jesuíta, al baron, hermano de Cunegunda.

Todos los dias iba á informarse de todos los navíos y barcos, y nadie sabia de Cacambo. ¡Con que he tenido yo lugar, le decía á Martin, para pasar de Surinam á Burdeos, para ir de Burdeos á Paris, de Paris á Diepe, de Diepeá Portsmúa, para costear á Portugal y á España, para atravesar todo el Mediterráneo, y pasar algunos meses en Venecia, y aun no ha llegado la hermosa Cunegunda, y en su lugar he topado una buscona y un abate!

Entráron Cunegunda y la vieja en bureo, y esta dixo: Señorita, vm. tiene setenta y dos quarteles y ni un ochavo, y está en su mano ser muger del señor mas principal de la América meridional, que tiene unos estupendos bigotes, y así no viene al caso echarla de incontrastable firmeza.

Buena la tenemos, dixo Cunegunda: ya no hay remision; estamos excomulgados, y es llegada nuestra última hora. ¿Cómo ha hecho vm., siendo de tan suave condicion, para matar en dos minutos á un prelado y á un Judío? Hermosa señorita, respondió, quando uno está enamorado, zeloso, y azotado por la inquisicion, no sabe lo que se hace.

Ensilló volando Candido los tres caballos, y Cunegunda, él, y la vieja anduviéron diez y seis leguas sin parar. Miéntras que iban andando, vino á la casa de Cunegunda la santa hermandad, enterráron á Su Ilustrísima en una suntuosa iglesia, y á Isacar le tiráron á un muladar.

Oída la historia de la vieja, la hermosa Cunegunda la trató con toda la urbanidad y decoro que se merecia una persona de tan alta gerarquí y tanto mérito, y admitió su propuesta.

Señorita, replicó la vieja, vm. no sabe qual ha sido mi cuna; y si le enseñara mi trasero, no hablaria del modo que habla, y suspenderia el juicio. Excitó esta réplica fuerte curiosidad en los ánimos de Candido y Cunegunda, y la vieja la satisfizo en las siguientes razones. Que cuenta la historia de la vieja.

Lo primero que se les presentó fué Cunegunda y la vieja que estaban tendiendo unas servilletas para que se enxugasen en unas tomizas. Al ver esta escena, se puso amarillo el baron; y el tierno y enamorado Candido contemplando á Cunegunda toda prieta, los ojos lagañosos, enxutos los pechos, la cara arrugada, y los bazos amoratados, se hizo tres pasos atras, y se adelantó luego por buena crianza.

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