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Actualizado: 15 de octubre de 2025


Conforme á estos principios, nos habia de haber dexado el padre para acabar nuestro camino. ¿Con que no te queda nada, hermosa Cunegunda? Ni un maravedí, respondió esta. ¿Y qué nos harémos? exclamó Candido. Vendamos uno de los caballos, dixo la vieja; yo montaré á las ancas de el de la señorita, puesto que no me puedo sentar mas que sobre una nalga, y así llegarémos á Cadiz.

Mucho me gusta esta actriz, le dixo á Martin, porque se da ayre á Cunegunda; mucho gusto tendria en hacerle una visita. El abate, se brindó á llevarle á su casa. Candido criado en Alemania preguntó qué ceremonias eran las que se estilaban en Francia para tratar con las reynas de Inglaterra.

Con mucha freqüencia sucede que un rey sea destronado; y por lo que respeta á la honra que hemos tenido de cenar con ellos, eso es una friolera que ni siquiera mentarse merece. Apénas estaba Candido en el navío, se arrojó en brazos de su criado antiguo y su amigo Cacambo. ¿Y pues, le dixo, qué hace Cunegunda? ¿es todavía un portento de beldad? ¿me quiere aun? ¿cómo está?

Fáltale el aliento, no puede articular palabra, y cae desmayado á sus plantas. Cunegunda se cae sobre el canapé: la vieja los inunda en aguas de olor; vuelven en , se hablan; primero en voces interrumpidas, en preguntas y respuestas que no se dan vado unas á otras, en suspiros, lágrimas y gritos.

El dia siguiente, despues de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detras de un biombo Candido y Cunegunda; esta dexó caer el pañuelo, y Candido le alzó del suelo; ella le cogió la mano sin malicia, y sin malicia Candido estampó un beso en la de la niña, pero con tal gracia, tanta viveza, y tan tierno cariño, qual no es ponderable; topáronse sus bocas, se inflamáron sus ojos, les tembláron las rodillas, y se les descarriáron las manos.... En esto estaban quando acertó á pasar por junto al biombo el señor barón de Tunder-ten-tronck, y reparando en tal causa y tal efecto, sacó á Candido fuera de la quinta á patadas en el trasero.

Cunegunda y la vieja estan sirviendo al príncipe que llevo dicho, y yo soy esclavo del sultan destronado. ¡Quanta espantosa calamidad encadenada una con otra! dixo Candido. Al cabo aun me quedan algunos diamantes, y con facilidad rescataré á Cunegunda. ¡Que lástima es que esté tan fea!

Este dicho fué una puñalada en el corazon de Candido: lloró amalgamente, y despues de su llanto, llamando aparte á Cacambo, le dixo: Escucha, querido amigo, lo que tienes que hacer; cada uno de nosotros lleva en el bolsillo uno ó dos millones de pesos en diamantes, y tu eres mas astuto que yo: vete á Buenos-Ayres, en busca de Cunegunda.

Candido rescató á precio muy subido á Cacambo, y sin perder un instante se metió con sus compañeros en una galera para ir á orillas de la Propontis en demanda de Cunegunda, por mas fea que estuviese. Habia entre la chusma dos galeotes que remaban muy mal, y á quien el arraez levantisco aplicaba de quando en quando sendos latigazos en las espaldas con el rebenque.

Señor mi amo, le respondió Cacambo, Cunegunda está fregando platos á orillas de la Propontis, en casa de un príncipe que tiene poquísimos platos, porque es esclava de un soberano antiguo llamado Ragotski, á quien da el gran Turco tres duros diarios en su asilo; y lo peor es que ha perdido su hermosura, y que está horrorosa de puro fea. ¡Ay! fea ó hermosa, dixo Candido, yo soy hombre de bien, y mi obligacion es quererla siempre. ¿Pero cómo se puede encontrar en tan miserable estado con el millón de duros que tu le llevaste?

Añudó pues así el hilo de su historia Cunegunda: Entró un capitan bulgaro, que me vió llena de sangre, debaxo del soldado que no se incomodaba; y enojado del poco respeto que le tenia el malandrin, le mató encima de : hízome luego poner en cura, y me llevó prisionera de guerra á su guarnicion.

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