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Actualizado: 15 de octubre de 2025
Supe las desgracias horrorosas que sucediéron á la señora baronesa y á la hermosa Cunegunda, y júrole á vm. que no ha sido ménos adversa mi estrella. Quando vm. me vió era yo una inocente; y un capuchino, que era mi confesor, me engañó con mucha facilidad: las resultas fuéron horribles, y me vi precisada á salir de la quinta, poco después que le echó á vm. el señor baron á patadas en el trasero.
Verdad es que Candido le sacaba muchas ventajas á Martin, porque llevaba la esperanza de ver á su Cunegunda, y Martin no tenia cosa ninguna que esperar: y le quedaba oro y diamantes; de suerte que aunque habia perdido cien carneros grandes cargados de las mayores riquezas de la tierra, y aunque le escarbaba continuamente la bribonada del patron holandés, todavía quando pensaba en lo que aun llevaba en su bolsillo, y hablaba de Cunegunda, con especialidad después de comer, se inclinaba al sistema de Panglós.
Ya me guardaré yo, le respondió, de pasarlos á vms. á Buenos-Ayres, porque seria irremisiblemente ahorcado, y vms. ni mas ni ménos; que la hermosa Cunegunda es la dama en privanza de Su Excelencia.
Todos los sucesos están encadenados en el mejor de los mundos posibles; porque si no te hubieran echado á patadas en el trasero de una magnífica quinta por amor de Cunegunda, si no te hubieran metido en la inquisicion, si no hubieras andado á pié por las soledades de la América, si no hubieras pegado una birena estocada al baron, y si no hubieras perdido todos tus carneros del buen pais del Dorado, no estarias aqui ahora comiendo azamboas en dulce, y alfónsigos.
Vamos á otro mundo, decia Candido, y sin duda que en el es donde todo está bien; porque en este nuestro hemos de confesar que hay sus defectillos en lo físico y en lo moral. Yo te quiero con toda mi alma, decia Cunegunda; pero todavía llevo el corazon traspasado con lo que he visto, y lo que he padecido.
Hablábale sin cesar de Cunegunda, y Candido le dixo que quando la viera en Venecia, le pediria perdon de la infidelidad que acababa de cometer. Cada dia estaba el abate mas cortés y mas atento, interesándole todo quanto decía Candido, todo quanto hacia, y quanto quería hacer. ¿Con que está vm. aplazado por la baronesita para Venecia? le dixo.
El hombre á quien se lo preguntáron era justamente un patron español que les ofreció ajustarse en conciencia con ellos, y les dió cita en una hostería, adonde Candido y Cacambo le fuéron á esperar con sus carneros. Candido que llevaba siempre el corazon en las manos contó todas sus aventuras al Español, y le confesó que queria robar á la baronesita Cunegunda.
Sí, señor abate, respondió Candido, tengo precision de ir allá á buscar á Cunegunda. Llevado entónces del gusto de hablar de su amada, le contó, como era su costumbre, parte de sus aventuras con esta ilustre Vesfaliana. Bien creo, dixo el abate, que esa señorita tiene mucho talento, y escribe muy bonitas cartas.
Sí tal, replicó la hermosa Cunegunda, pero no siempre son mortales esos accidentes. ¿Y han sido muertos el padre y la madre de vm.? Por mi desgracia, sí, respondió llorando Cunegunda. ¿Y su hermano? Mi hermano también. ¿Pues porqué está vm. en Portugal? ¿cómo ha sabido que también yo lo estaba? ¿porqué raro acaso me ha hecho venir á esta casa?
No puede ser, replicaba Candido. Ambos á dos se tiran uno á otro, se abrazan, y derraman un mar de lágrimas. ¿Con que es vm., reverendo padre? ¡vm., hermano de la hermosa Cunegunda; vm., que fué muerto por los Bulgaros; vm., hijo del señor baron; vm., jesuita en el Paraguay! vaya, que en este mundo se ven cosas extrañas. ¡Ha Panglós, Panglós, qué júbilo fuera el tuyo si no te hubieran ahorcado!
Palabra del Dia
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