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Actualizado: 15 de octubre de 2025


No hay efecto sin causa, respondió modestamente Candido; todo está encadenado por necesidad, y ordenado para lo mejor: ha sido necesario que me echaran de casa de la baronesita Cunegunda, y que pasara baquetas, y es necesario que mendigue el pan hasta que le pueda ganar; nada de esto podia ménos de suceder. Amiguito, le dixo el orador, ¿crees que el papa es el ante-cristo?

Replicóle la marquesa con una amorosa sonrisa: Vm. responde como un mozo de Vesfalia; un Francés me hubiera dicho: Verdad es, Señora, que he querido á Cunegunda, pero quando la miro á vm., me temo no quererla. Yo, Señora, dixo Candido, responderé como vm. quisiere. La pasión de vm., dixo la marquesa, empezó alzando un pañuelo, y yo quiero que vm. alce mi liga.

Hétele pues capitan; con esta graduacion se embarcó en compañía de su Cunegunda, de la vieja, de dos criados, y de los dos caballos andaluces que habian sido del señor inquisidor general de Portugal. En la travesía discurriéron largamente cerca de la filosofía del pobre Panglós.

Díxole Martin: ¡Qué sencillo es vm., si se figura que un criado mestizo, que lleva un millon de duros en la faltriquera, irá á buscar á su amada al fin del mundo, y á traérsela á Venecia; la guardará para , si la encuentra, y si no, tomará otra: aconsejo á vm. que se olvide de Cacambo y de su Cunegunda. Martin no era hombre que daba consuelos.

Sin duda es muerta Cunegunda, y á mi no me queda mas remedio que morir. ¡Ha, quanto mas hubiera valido quedarme en aquel paraiso terrenal del Dorado, que volver á esta maldita Europa! Razon tiene vm., amado Martin; todo es mera ilusion y calamidad.

Razón tienen vms., dixo Candido; así me lo ha dicho mil veces el señor Panglós, y ya veo que todo está perfectísimo. Le ruegan que admita unos escudos; los toma, y quiere dar un vale; pero no se le quieren, y se sientan á la mesa. ¿No quiere vm. tiernamente?... , Señores, respondió Candido, con la mayor ternura quiero á la baronesita Cunegunda.

Señorita, yo tengo experiencia, y se lo que es el mundo: vaya vm. preguntando á cada pasagero uno por uno la historia de su vida, y mande que me arrojen de cabeza en el mar, si encuentra uno solo que no haya maldecido cien veces la exîstencia, y que no se haya creido el mas desventurado de los mortales. De como Candido tuvo que separarse por fuerza de la hermosa Cunegunda y la vieja.

La niña Cunegunda tenia mucha disposicion para aprender ciencias; observó pues sin pestañear, ni hacer el mas mínimo ruido, las repetidas experiencias que ámbos hacian; vió clara y distintamente la razon suficiente del doctor, sus causas y efectos, y se volvió desasosegada y pensativa, preocupada del anhelo de adquirir ciencia, y figurándose que podía muy bien ser ella la razón suficiente de Candido, y ser este la suya.

Zafóse Candido asustado, y el miserable dixo al otro miserable: ¡Ay! ¿con que no conoces á tu amado maestro Panglós? ¿Qué oygo? ¡vm., mi amado maestro! ¡vm. en tan horrible estado! ¿Pues qué desdicha le ha sucedido? ¿porqué no está en la mas hermosa de las granjas? ¿qué se ha hecho la señorita Cunegunda, la perla de las doncellas, la obra maestra de la naturaleza? No puedo alentar, dixo Panglós.

Llevóle sin tardanza Candido al pajar del anabautista, le dió un mendrugo de pan; y quando hubo cobrado aliento Panglós, le preguntó: ¿Qué es de Cunegunda? Es muerta, respondió el otro. Desmayóse Candido al oirlo, y su amigo le volvió á la vida con un poco de vinagre malo que encontró acaso en el pajar. Abrió Candido los ojos, y exclamó: ¡Cunegunda muerta!

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