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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Finalmente, sólo el vértice es bastante alto para ver el sol, dominando la curva de la tierra; se ilumina como con una chispa: parece uno de esos prodigiosos diamantes que, según las leyendas del Indostán, fulguraban en la cumbre de las montañas divinas. Súbitamente desapareció la llama; desvanecióse en el espacio.

Esa línea sinuosa que reune las cimas, desde la más alta cumbre á la llanura, es la verdadera pendiente: es el camino que escogería un gigante calzado con botas mágicas. La montaña que me albergó tanto tiempo es hermosa y serena entre todas por la tranquila regularidad de sus rasgos.

A un lado alzábase la colina de San Salvador con su ermita en la cumbre, rodeada de pinos, cipreses y chumberas. El tosco monumento de la piedad popular parecía hablarle como un amigo indiscreto, revelando el motivo que le hacía abandonar a los partidarios y desobedecer a su madre. Era algo más que la belleza del campo lo que le atraía fuera de la ciudad.

A veces un canto plañidero y monótono, una triste vidalita, pero en general, un silencio completo. Una tarde, el sol acababa de desaparecer detrás de una cumbre, y a pesar de que la noche estaba lejos, las sombras caían rápidamente sobre el valle profundo en que marchaba.

Apenas oyó esto el cura, cuando dijo entre : ¡Dios te tenga de su mano, pobre don Quijote: que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad!

Su capitán experimentaba siempre cierta admiración al doblar el cabo Croissette, viendo cómo se abría ante la proa una vasta curva marítima. En el centro de ella, una colina abrupta y desnuda avanzaba hacia el mar, sosteniendo en su cumbre la basílica y la torre cuadrada de Nuestra Señora de la Guardia.

»Enumero estas circunstancias, que son hijas del acaso y no debidas a mi propio mérito, considerando que con este patrimonio, con la nobleza de mi estirpe, y con la protección de los que me aman puedo escalar la cumbre de la carrera de la diplomacia, a la que me he consagrado. »Caballero: tengo el honor de pedir a usted la mano de su hija, la señorita Magdalena de Avrigny

Salieron al cabo de los castañares, y se dispusieron a doblar la colina que les separaba de Marín. Hacia la cumbre estaba desembarazada de árboles. El terreno era más árido. La luna les alumbró nuevamente. Rosa tornó a ser comunicativa y se aproximó a su protector risueña y confiada. Pero un rumor que creyó advertir detrás la hizo ponerse seria de pronto y detener el paso.

Cae la tarde; la cumbre del firmamento empieza a oscurecerse, mientras las nubes errantes que se han inclinado al horizonte, franjan su contorno en el iris rosado del adiós del día, cubren el disco solar en su descenso majestuoso y quedan impregnadas de su reflejo soberano cuando, concluida su tarea, se hunde tras la línea de la tierra que los ojos alcanzan, para ser fiel a la eterna cita de los que en el otro hemisferio lo esperan como al alto dispensador de la vida.

Que si el Virey se le entra por la tierra, Que vivirá en eterna servidumbre; Que habrá de conquistar toda la Sierra, Sin dejar lo mas alto de la cumbre: Que ahora podrá bien darle la guerra, Para librarse de esta pesadumbre; Que perfecta prudencia es y cordura, Gozar en la ocasion la coyuntura: El indio le responde, que guardase Su tierra, y que jamas no pretendiese, Que en cosa con los suyos le ayudase, Que allá D. Diego solo se lo hubiese.

Palabra del Dia

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