Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 11 de julio de 2025
Sánchez Morueta, resucitado á la juventud después de su triunfo en los negocios, sufría un desencanto cada vez que se aproximaba á su mujer con delicadezas ó arrebatos de enamorado. Cristina le miraba con enojo, como si este cariño extremado la ofendiera, colocándola al nivel de las vendedoras de amor.
Ella era incapaz de rebelarse ante su madre: pero osaba ponerse frente á ella, en la apreciación de los méritos de aquel pariente tan querido por doña Cristina. Y como si al pensar en Urquiola recordase algún defecto moral de su novio, preguntó á éste con dulzura: Dime, Fernando. ¿Tú tienes religión? ¿Es verdad que piensas como mi tío?... Dime que no, Fernando; dime que no.
Doña Cristina y su hija fueron pasando entre las filas de penitentes arrodilladas á los lados de los confesonarios. Para ser verano estaba muy concurrido el templo. Pero la de Sánchez Morueta reconocía la influencia de la estación en la clase de público. Las señoras eran menos que en el invierno.
Doña Cristina admiraba á su sobrino viendo el afecto con que le trataban los Padres, cómo le hacían partícipe de sus proyectos en bien de la religiosidad del país. Era casi una pasión lo que sentía por Urquiola. Cuando la visitaba, veía en él al representante de aquellos sacerdotes tan queridos, que de este modo indirecto entraban en su hogar.
Dominus Francisquitus cum Carlota ejus sedebat in aureo rincone. ¡Oh quantum erat inflammata Carlota propter vinum!». Conticuere omnes, decía al narrar la ceremonia, y luego contaba cómo había jurado D. Francisco poniéndose de rodillas y extendiendo la mano sobre el crucifijo; cómo le había abrazado el Rey, cómo había el Infante besado la mano de Cristina y de la Princesa.
Cristina dejó pasar mucho tiempo y cuando los arpegios del piano la hicieron saber que Pepita estaba en el salón, se dirigió con paso resuelto en busca de su marido. Tembló al dar un golpe en la puerta para anunciar su presencia. Se acordaba de los cuentos de la infancia; de aquellas niñas medrosas que iban en busca del ogro.
#Una# mañana se levantó el aduar, y se fueron a alojar en un lugar de la jurisdición de Murcia, tres leguas de la ciudad, donde le sucedió a Andrés una desgracia que le puso en punto de perder la vida; y fué que, después de haber dado en aquel lugar algunos vasos y prendas de plata en fianzas, como tenían de costumbre, Preciosa y su abuela, y Cristina con otras dos gitanillas, y Andrés, se alojaron en un mesón de un viuda rica al cual tenia una hija, de edad de diez y siete o diez y ocho años, algo más desenvuelta que hermosa, y, por más señas, se llamaba Juana Carducha.
Cristina sólo torcía el gesto y parecía enfadarse con el doctor cuando á éste se le escapaba alguna afirmación impía, ó cuando, sin darse cuenta de ello, se burlaba de la devoción de las señoras y de los predicadores que el entusiasmo de todas ellas ponía en boga.
El notario y su esposa hablaban de doña Pepa como de una persona familiar, pero el niño nunca la había visto en su casa. Doña Cristina elogiaba sus cuidados con el poeta, pero desde lejos y sin deseos de conocerla. Don Esteban excusaba al grande hombre. ¡Qué quieres!... Es un artista, y los artistas no pueden vivir como Dios manda.
Doña Cristina tembló en el primer momento ante el silencio de su esposo. Le parecía escuchar la risa irónica del doctor Aresti, allá en las minas. Temía la explosión ruidosa del gigante que se veía ridiculizado por una mujer, que no era para él más que una administradora del hogar.
Palabra del Dia
Otros Mirando