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Actualizado: 22 de junio de 2025


La Carducha ordenó de hacer quedar a Andrés por fuerza, ya que de grado no podía; y así, con la industria, sagacidad y secreto que su mal intento le enseñó, puso entre las alhajas de Andrés, que ella conoció por suyas, unos ricos corales y dos patenas de plata, con otros brincos suyos, y apenas habían salido del mesón, cuando dió voces, diciendo que aquellos gitanos le llevaban robadas sus joyas; a cuyas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo.

Admirado quedó Andrés de la resolución de la Carducha, y con la presteza que ella pedía le respondió: Señora doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los gitanos no nos casamos sino con gitanas: guárdela Dios por la merced que me quería hacer, de quien yo no soy digno.

Desto se congojó mucho la gitana vieja, temiendo que en aquel escrutinio no se manifestasen los dijes de la Preciosa y los vestidos de Andrés, que ella con gran cuidado y recato guardaba; pero la buena de la Carducha lo remedió con mucha brevedad todo, porque al segundo envoltorio que miraron dijo que preguntasen cuál era el de aquel gitano gran bailador; que ella le había visto entrar en su aposento dos veces, y que podría ser que aquél las llevase.

A todo callaba Andrés, suspenso e imaginativo, y no acababa de caer en la traición de la Carducha.

No estuvo en dos dedos de caerse muerta la Carducha con la aceda respuesta de Andrés, a quien replicara si no viera que entraban en el corral otras gitanas. Salióse corrida y asendereada, y de buena gana se vengara si pudiera.

Acudieron luego los ministros de la justicia a desvalijar el pollino, y a pocas vueltas dieron con el hurto; de que quedó tan espantado Andrés y tan absorto, que no pareció sino estatua, sin voz, de piedra dura. ¿No sospeché yo bien? dijo a esta sazón la Carducha . ¡Mirad con qué buena cara se encubre un ladrón tan grande!

#Una# mañana se levantó el aduar, y se fueron a alojar en un lugar de la jurisdición de Murcia, tres leguas de la ciudad, donde le sucedió a Andrés una desgracia que le puso en punto de perder la vida; y fué que, después de haber dado en aquel lugar algunos vasos y prendas de plata en fianzas, como tenían de costumbre, Preciosa y su abuela, y Cristina con otras dos gitanillas, y Andrés, se alojaron en un mesón de un viuda rica al cual tenia una hija, de edad de diez y siete o diez y ocho años, algo más desenvuelta que hermosa, y, por más señas, se llamaba Juana Carducha.

Palabra del Dia

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