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Actualizado: 11 de julio de 2025


Doña Cristina púsose de pie con nervioso impulso. Había escuchado las explicaciones sobre la moral, para ella confusas, guardando cierta calma, á pesar de que adivinaba ataques al cielo y á Dios. Pero esto de ahora iba contra Jesús; y la indignaba, más aún que si hubiesen negado su existencia, aquello de llamarle poeta. ¡El hijo de Dios un poeta!

Advierte, Cristinica, y está cierta de una cosa: que la mujer que se determina a ser honrada, entre un ejército de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno huír de las ocasiones; pero han de ser de las secretas, y no de las públicas. Entremos, Preciosa dijo Cristina ; que sabes más que un sabio.

Eran resabios, según Cristina, de su permanencia en un país de vicios, donde se piensa poco en Dios. ¿No podía estudiar y ser un sabio, como muchos padres jesuítas, sin separarse por eso de la religión? Debía sentar la cabeza, y para esto nada como casarse. Ella se encargaba de su matrimonio.

Al verse doña Cristina bien instalada en Barcelona, con una corte de sobrinos que adulaban á la tía rica de Valencia, su hijo se embarcó como aspirante en un trasatlántico que hacía viajes regulares á Cuba y los Estados Unidos. Así empezaron las navegaciones de Ulises Ferragut, que sólo habían de terminar con su muerte.

Doña Cristina dió al chauffeur la orden de llegar pronto á Bilbao y el vehículo salió á toda velocidad por entre los tranvías y carruajes que llevaban la gente á Las Arenas. La señora de Sánchez Morueta pensaba en la importancia de la reunión.

Lo mejor de todo sería permanecer quieto en su casa. ¡Qué felicidad si se quedase al lado de su madre!... Y Ulises, con asombro de doña Cristina, adoptó esta última resolución. La buena señora no estaba sola. Una sobrina vivía con ella, como si fuese su hija.

En el primer momento, doña Cristina experimentó una sensación desconocida; un deseo de protestar, como si fuese objeto de un robo. Sintió por Sánchez Morueta un interés más grande que en los primeros tiempos de su matrimonio. La mujer despertaba en ella irritada por la infidelidad. Tal vez iba á conocer el amor á impulsos de la cólera.

Estaba dirigido con mucha minuciosidad á la señorita Cristina Oyadec en la Villa de... comuna de... granja de... La escritura era de mano muy inculta, pero que parecía sincera.

Sánchez Morueta bajaba la cabeza para no encontrar la mirada de su primo, como si le avergonzase el descubrimiento del libro. Pasaron en silencio un largo rato. Doña Cristina y su sobrino seguían mirándose. Parecían dispuestos á hostilizar al doctor, á exasperarle, buscando un rompimiento para que no volviese más a la casa.

Y hablaban de su prima, la «antipáticamente virtuosa» como él la llamaba: aquella Cristina que se creía postergada por haberse unido á Sánchez Morueta á pesar de que éste le trajo la fortuna. ¿Qué iba á decir ahora, en plena riqueza, ante la posibilidad de emparentar con un empleado de su casa?

Palabra del Dia

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