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Actualizado: 11 de julio de 2025


Al regreso de los dos primeros viajes fué á esperarle en el muelle, buscando con la vista su gorra de galón de oro y su levita azul entre los pasajeros trasatlánticos que se agitaban en las cubiertas con la alegría de la llegada á Europa. En el viaje siguiente, doña Cristina la obligó á quedarse en casa, temiendo que la emoción y las aglomeraciones del puerto perjudicasen su próxima maternidad.

Rodó la conversación de idea en idea, hasta que Aviraneta tocó a Salvador en el brazo y le dijo con misterio: Si quieres encargarte de una misión delicada, no hay ningún inconveniente en confiártela. Ya que conspiras, ¿pero por quién? replicó Salvador riendo ¿Por Cristina, por D. Carlos o por ambos a la vez? me conoces, y sabes que con alas mías no ha de volar ningún murciélago.

En uno de sus paseos habían llegado cerca del hotel, y ahora se alejaban lentamente, sonando á sus espaldas el piano y el abejorreo de las conversaciones de la tertulia de doña Cristina. ¡Y pensar que podía haber encontrado en mi casa la felicidad que busco fuera, ocultándome como un malhechor! exclamó el millonario, como si el recuerdo de su familia despertase en él cierto remordimiento.

Don José, un momento, dijo el hombrecillo; me permito recordar á usted el encargo de doña Cristina, ya que está aquí el señor doctor. Y como Sánchez Morueta pareciera no acordarse, el secretario se inclinó hacia él, murmurando algunas palabras. El millonario dudó algunos momentos mirando á su primo. Es un favor que te pide Cristina dijo con alguna vacilación.

Entre él y Cristina se habían agrandado las distancias; no podía esperar una reconciliación.

Su mano poderosa apartó á la mujer, y ésta se sintió perdida, ante aquellos ojos fríos que parecían no verla, como si su atención, su pensamiento, su alma, pasasen por encima de ella para ir lejos, muy lejos. Después, la voz del marido sonó en el silencio de la habitación, lacónica, triste y monótona: Es tarde, Cristina, es tarde.

Sus ojos son ese secretario que tienes y ese señorito pariente de Cristina, que busca unirse á , pensando en tus millones más que en Pepita. Sus manos son tu mujer y tu hija. Ellas te agarrarán cuando te sientas débil; aprovecharán un instante de desaliento para empujarte dulcemente en brazos del Intruso. Te crees libre de él y ronda á todas horas en torno tuyo.

Aquel era el momento de presentarse como un paladín de la fe, de hacer la cuestión personal en nombre de Jesús y que se tragara el médico á puñetazos aquello de «poeta», que no le indignaba á él menos que á doña Cristina. Pero le inspiraba gran respeto la presencia del millonario, temía disgustar al tío y acabó por marcharse en busca de las señoras.

El pequeño se mostraba paliducho y débil por sus estudios y cavilaciones. Su tío le haría fuerte y ágil como un delfín. Y á costa de rudas porfías, pudo arrancárselo á doña Cristina.

Su debilidad eres ... y Fernandito, ese ingenierete tan simpático que tiene en los altos hornos. ¡Las veces que Pepe te recuerda! Un día, hablando de y de tus planetadas, le decir. «Ese chico, ese chico debía estar á mi lado». Oye Capi; ¿y cómo anda mi prima, la santa doña Cristina? ¿ha metido ya alguna comunidad de frailes en el hotel de Las Arenas?

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