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Actualizado: 11 de noviembre de 2025


Será la próxima vez decía para consolarse al partir sin el hijo de su sobrino. Y pasados unos meses reaparecía, cada vez más grande, más feo, más curtido, con una sonrisa silenciosa que estallaba en palabras ante Ulises, lo mismo que una nube tempestuosa estalla en truenos. A la vuelta de un viaje al mar Negro, doña Cristina anunció á su hijo: Tu tío ha muerto.

Don Pedro el catedrático siguió visitando la casa de doña Cristina, aunque con menos asiduidad. Tenía el gesto resignado y fríamente colérico del hombre que cree haber llegado demasiado tarde y está convencido de que su desgracia es obra de su descuido... ¡Si él hubiese hablado antes! La certeza de su importancia no le permitía dudar que la joven le habría aceptado con júbilo.

Habiendo el Asistente Arjona derribado el murallón de la Torre del Oro y edificádose el Salón de Cristina, comenzó el público elegante y aristocrático á abandonar el viejo Arenal; llevado de las novedades y atractivos que el nuevo sitio de esparcimiento y recreo le ofrecía.

La voz de doña Cristina volvió de nuevo al oído de su hija: Es verdad Padre: yo tengo la culpa. ¡Pero es una esclavitud tan dura!... Yo no he nacido para eso. Ya sabe usted que mi vocación me llamaba á otra parte. Pero la juventud se engaña siempre y ¡era yo entonces tan niña!...

Cristina le acompañaba incitándole a tomar alimento con las mil zalamerías que usan, para estos casos, las mujeres cariñosas. De este modo Fernando se engañaba a mismo algunas veces, creyendo que comía con gana. El 27 el Rey quiso levantarse de la cama; pero advirtió que sus extremidades no le obedecían. Estaba débil, tan débil que no se podía mover.

La actriz inglesa Cristina Nilsson, dice: «No son artistas los que pretenden ignorar esa hiperestesia dolorosa que precede á los «débuts». Son contados los artistas que, como el malogrado Antonio Perrín, conservan, en medio de la sobresaltada emoción general, el amistoso buen humor de su sangre fría. Vico, en los entreactos, permanecía absorto. María Tubau rehuye toda conversación.

«¿Pero es verdad que Madrid ha proclamado ya a D. Carlos? ¿Es verdad que Cristina se ha embarcado o va en camino de embarcarse? ¿Es cierto que el Infante ha vuelto de Portugal, y está al frente del ejército?». A estas preguntas no podía contestar el viajero porque nada sabía, pero bien se le alcanzaba que provenían de falsas noticias y embustes, semilla que hábilmente sembrada en tales países había de dar pronto cosecha de tiros.

Sus ojos cerrados veían las negras pupilas de la regia señora, maternales y amorosas. Todas las mujeres, al aproximarse á él, tomaban algo de aquella otra que dormía seis siglos en lo alto de un muro. Cuando su madre, la dulce y pálida doña Cristina, dejaba por un instante sus labores y le daba un beso, veía en su sonrisa algo de la emperatriz.

De seguro que estás enfadado; adivino que no vas á volver. No riñas conmigo: Cristina es así, ¿y qué voy yo á hacerla? mismo lo has dicho. La familia... la paz de la casa... Ella es buena y me quiere: pero tiene esas ideas y á las mujeres hay que respetárselas. La verdad es que también has estado fuertecito...

La Sanguijuelera, que había visto y gozado un número infinito de funciones de tal especie desde la entrada de María Cristina hasta la de D. Juan Prim, desde esta hasta las festividades del actual reinado, hallaba en aquel espectáculo desinteresados placeres. Encarnaba en la novelería, la bullanga y el entusiasmo monárquico del antiguo pueblo de Madrid.

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