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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Pues si ese caballero ha entregado á la reina esas cartas, y don Rodrigo Calderón no muere... ¿qué importa que muera don Rodrigo...? siempre quedarán el duque de Lerma, el conde de Olivares, el duque de Uceda, enemigos todos de su majestad; si esas terribles cartas han dado en manos de su majestad, ésta se creerá libre y salvada, y apretará sin miedo, porque es valiente y la ayuda el padre Aliaga...
Las miradas más ardientes, más negras de aquellos ojos negros, grandes y abrasadores eran para De Pas; los adoradores de la viuda lo sabían y le envidiaban. Pero él maldecía de aquel bloqueo. «Necia, ¿si creerá que a mí se me conquista como a don Saturno?». A pesar de esta cordial antipatía, siempre estaba afable y cortés con la viuda, porque en este punto no distinguía entre amigos y enemigos.
Es decir, padre en toda la extensión de la palabra, no; pero ¿qué nombre queréis que dé al que me ha criado á costa de privaciones de todo género, al que vela por mi, al que me ama como ninguno es capaz de amarme? Tenéis razón; y decidme: ¿cómo haré yo para atraerme ese hombre? Siendo desde ahora todo mío; haciéndole creer que me hacéis feliz. Lo creerá.
Estoy hecha una campesina, ¿verdad? dijo como si leyera en los ojos de Rafael el asombro por aquel cambio. La vida del campo obra estos milagros: un día un adorno, mañana otro, va una despojándose de todo lo que antes era como una parte del cuerpo. Me siento mejor así... ¿Creerá usted que hasta tengo abandonado mi tocador y allí se pierden cuantos perfumes traje?
El que no haya estado en Filipinas, quizás creerá exagerado esto de los brillantes en una india habitante poco menos que de la selva; el que haya estado y recuerde las procesiones y catapúsanes de los pueblos y evoque en su memoria los trajes de las dalagas, sabrá que no tiene nada de extraño el hallar en bajais de caña y cogon riquísimos brillantes y preciadas perlas de Joló.
Quien quiera, pues, que, sin pagar, conquista de esta suerte su entrada, prosigue después, por regla general, asistiendo al teatro sin gastar nada. ¡Donoso motivo de suscitar quimeras y privar del premio que merece su trabajo á quienes se afanan en distraerlo! ¿Se creerá, acaso, que el que no paga es por esto más tolerante?
El anciano reunió á sus dos hijos y exclamó, dirigiéndose á ellos: Hijos míos, uno de vosotros me pide que interceda con la gloriosa Santa para que llueva de firme, y el otro, que interceda con la misma gran Santa para que no llueva. ¿Cómo me he de componer para complaceros á ambos, si me pedís cosas enteramente opuestas? ¿Cómo creerá usted, tío Traga-santos, que salió del paso el anciano?
Fortunata, después de mirarla con una emoción que doña Lupe no podría definir, volvió a apoyar la cara en la mejilla, y dando un gran suspiro, se acorazó dentro de aquel silencio lúgubre, que desesperaría a la misma paciencia. «¡Esto es para volverse loca!... expresó doña Lupe con un gesto iracundo . ¿Creerás tú, creerá usted que conmigo valen marrullerías? Sepa usted que...».
Yo no tengo nada de torpe: me lo conozco, sí, señores. ¿Creerá usted, Sr. Santorcaz, que eso que usted ha dicho de los mayorazgos se me había ocurrido a mí muchas veces cuando jugaba en el patio de casa con las gallinas?
Absurdo... Y la infame ¿con quién creerá usted que está más altiva, más soberbia, más insolente? ¿Conmigo? Eso parecería lo natural. ¡Pues no señor, con Ana! ¡Pásmese usted, con Ana! Desde la nube de humo en que estaba envuelto, don Álvaro contestó: ¡Ya se comprende... quiere hacerle a usted la forzosa; tal vez celos!
Palabra del Dia
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