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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Rafael se irritó ante la terquedad de aquella mujer. ¡Si no fuese por su miedo a que le indispusiera con el amo, haciéndole perder el puesto en el cortijo, que era la esperanza de él y su novia!... Ella seguía insultándolo, pero menos iracunda, como si la embriaguez la privase de movimiento y su deseo no pudiera exteriorizarse más que con palabras.

Apenas echó pie a tierra, vio a Alcaparrón que vagaba por los alrededores del cortijo, con gestos de loco, como si la exuberancia de su dolor no cupiera bajo los techos. Se muere, señó Rafaé. Lleva ya ocho días de paecer.

Cosa natural era pensar que despues de tantas desgracias Candido casado con su amada, viviendo en compañía del filósofo Panglós, del filósofo Martin, del prudente Cacambo y de la vieja, y habiendo traído tantos diamantes de la patria de los antiguos Incas, disfrutaria la vida mas feliz; pero tanto le estafáron los Judíos, que no le quedáron mas bienes que su pobre cortijo.

Y cuando volviese, la vería esperándole en la puerta del cortijo; pobre, pero limpia como los chorros de agua, bien peinada, con flores en el moño, y unos delantales que quitarían la luz de los ojos. La olla humearía en la mesa. ¡Poquito aquel que tenía la niña para la cocina!

Iban á retaguardia de la columna, y á veces oía Roger el paso acompasado de los arqueros y los relinchos de los caballos. Venid á mi lado, muchachos, dijo el señor de Morel al pasar frente á un cortijo, donde el camino se ensanchaba notablemente. Puesto que me habéis de seguir á la guerra, bueno será que os diga cómo quiero ser servido.

El torero también se alarmó escuchando estos elogios de ruda admiración. ¡Maldita sea! ¡En su cortijo... y en su misma cara! Si continuaba así, iba a subir en busca de la escopeta, y por más Plumitas que fuese el otro, ya se vería quién se la llevaba. El bandido pareció comprender de pronto la molestia que causaban sus palabras, y adoptó una actitud respetuosa. Usté perdone, señora marquesa.

De lejos se ven las cosas en su verdadero valor. Lo que recuerdo es el día en que almorzó con nosotros en el cortijo. Gallardo hacía también memoria de este suceso. ¡Pobre Plumitas! ¡Con qué emoción se guardó una flor ofrecida por doña Sol!... Porque ella había dado una flor al bandido al despedirse de él... ¿No se acordaba?.... Los ojos de doña Sol mostraron un sincero asombro.

Después, tendremos chiquiyos, unos churumbeles muy monos que correrán por el patio del cortijo... ¡Para, condenao! exclamó María de la Luz. No corras tanto, que te despeñas... Y los dos quedaron en silencio, Rafael sonriendo del rubor de su novia, mientras ésta le amenazaba con una de sus manecitas por su atrevimiento.

Los ojos eran lo único inquietante en aquella cara bondadosa de sacristán de aldea: unos ojos pequeños y triangulares sumidos entre bullones de grasa; unos ojillos estirados, que recordaban los de los cerdos, con una pupila maligna de azul sombrío. Al aparecer Gallardo en la puerta del cortijo lo reconoció inmediatamente y levantó su sombrero sobre la redonda cabeza.

Haga lo que yo, que me estoy donde estaba, y no dejaré mi trabajo hasta que no vea claro eso de la herencia, y me entere de lo que da de el cortijo. Quítele a su hija de la cabeza lo del hotel si no quieren verse por puertas, y tome una criada que les guise, y ataje el chorro de dinero que se va todos los días a la tienda de Botín».

Palabra del Dia

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