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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Tres comidas tenían al día los braceros, todas de pan: una alimentación de perros. A las ocho de la mañana, cuando llevaban más de dos horas trabajando, llegaba el gazpacho caliente, servido en un lebrillo. Lo guisaban en el cortijo, llevándolo a donde estaban los gañanes, muchas veces a más de una hora de la casa, cayéndole la lluvia en las mañanas de invierno.
Rabí Yehuda el tercero, dó posa Tello mi fijo los puntos de su gargüero mas menudos son que mijo. E temo que los baladros de todos tres ayuntados derribarian un cortijo. =Respuesta de los rabíes.= Los rabies nos juntamos, don Ferrus, á responder é la respuesta que damos queredla bien entender. E desimos que es probado que non dura en un estado riqueza nin menester.
Siendo obedientes y humildes, tal vez llegasen, con el tiempo, a cobrar tres reales. ¡Una verdadera felicidad!... El cortijo Matanzuela lo miraban como un paraíso. El caritativo Dupont era de una generosidad inaudita. Cuidaba de que los braceros oyesen misa los domingos; y de mes en mes, organizaba comuniones para los gañanes.
Los dos hombres se enfrascaron en su entusiasmo de jinetes montaraces, que les hacía mirar al caballo con más amor que a las personas. Gallardo, algo inquieto aún, andaba por la cocina, mientras las mujeres del cortijo, morenas y hombrunas, atizaban el fuego y preparaban el almuerzo, mirando de reojo al célebre Plumitas. El espada, en una de sus evoluciones, se acercó al Nacional.
Por primera vez en todo el día, pensó en su mujer y en su madre. ¡La pobre Carmen, allá en Sevilla, esperando el telegrama! ¡La señora Angustias, tranquila con sus gallinas, en el cortijo de La Rinconada, sin saber ciertamente dónde toreaba su hijo!... ¡Y él con el terrible presentimiento de que aquella tarde iba a ocurrirle algo!... ¡Virgen de la Paloma! Un poco de protección.
Venía doña Sol con su gabán de viaje, al aire la cabellera de oro, peinada y anudada a toda prisa. ¡El Plumitas en el cortijo! ¡Qué felicidad!
Pensó además en su cortijo, que estaba a merced del Plumitas, en la vida campestre, que sólo era posible guardando buenas relaciones con aquel personaje extraordinario. Para él debía ser el toro. Sonrió al bandido, que seguía contemplándole con rostro plácido, se quitó la montera, y gritó dirigiéndose a la revuelta muchedumbre, aunque con los ojos fijos en Plumitas. ¡Vaya por ustés!
Hasta allí había llegado, agrandada por comentarios, la noticia de lo ocurrido en Matanzuela. El capataz movió su cabeza reprobando el suceso, y la hija, aprovechándose de una ausencia del señor Fermín, increpó a su novio, como si éste fuese el único responsable del escándalo del cortijo. ¡Ah, mardito! ¡Por esto había estado tantos días sin presentarse en la viña!
Rafael, que era ya un mocetón de dieciocho años, endurecido por el trabajo, se presentó en la viña para dar la mala noticia a su padrino. Muchacho, ¿y ahora qué va a jacer? preguntó el capataz interesándose por su ahijado. El mocetón sonrió al oír hablar de una colocación en otro cortijo. ¡Nada de trabajar la tierra! La aborrecía.
Yo le hablé entonces, con detalles, de las comedias caseras, que había tenido ocasión de ver en París y en San Petersburgo; luego no queriendo abusar de mi favor, me levanté bruscamente, declarando que pretendía inaugurar sin demora mis funciones, por la exploración de un gran cortijo situado á dos leguas escasas del castillo.
Palabra del Dia
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