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Actualizado: 29 de junio de 2025


Raúl balbucía y se contradecía mil veces, fingiendo una cortedad que era un homenaje a la virtud de la huérfana, que no podía menos de agradecérselo. Así, cuando el joven se despidió deshaciéndose todavía en excusas, Liette pensó sin la menor sospecha: ¡Pobre muchacho! Bonitas comisiones le encarga su tío...

Creo que en usted no ha habido más que exceso de amabilidad, que en un pueblo remoto como éste, donde todo choca y se comenta, acaso no ha debido usted tener... En ella ha habido la imprudencia y la ligereza que siempre han sido sus defectos. Doña Paula había ido perdiendo su cortedad a medida que hablaba. Las últimas palabras las pronunció con energía.

Gallardo, animado por el ejemplo, comió, y sobre todo, bebió mucho, buscando en los varios y ricos vinos un remedio para aquella cortedad, que le hacía permanecer como avergonzado ante la dama, sin otro recurso que sonreír a todo, repitiendo: «Muchas grasiasLa conversación se animó.

Ni Paz sentía ya cortedad, ni Pepe manifestaba aquella desconfianza fundada en lo distinto que se le ofrecía el porvenir de cada uno: las frases que cambiaban eran protestas de cariño, promesas de firmeza, todo el repertorio monótono y vulgar de los enamorados, siempre romántico y exagerado, pero eternamente delicioso.

Amparo observaba la sala, el piano de reluciente barniz, el menguado espejo, las conchas de Filipinas y aves disecadas que adornaban la consola, el juego de café con filete dorado, los trajes de las de García, el grupo imponente del sofá, y todo le parecía bello, ostentoso y distinguido, y sentíase como en su elemento, sin pizca ya de cortedad ni extrañeza.

Habièndome hecho presente Pedro Guillermo Rodriguez, que por sus achaques y cortedad de vista no podia continuar el servicio de carpintero en la partida de mi mando, le he concedido su retiro, cuya plaza convendr

Su Majestad se había incorporado en el lecho. Aún tenía puesta la venda. El general avanzó lentamente, con respeto y cortedad. Extendió la mano con el candelero. La luz iluminó de lleno el semblante de D. Carlos, en el cual no resplandecía ningún destello ni aun chispa leve de inteligencia. Zumalacárregui dijo con voz ahogada por la emoción: «Señor»: y se inclinó. Parecía un pino que se dobla.

No habría allí quien tuviese más fuerza que le dijo ella comiéndolo con los ojos. ¡Oh, ! No era de los más flojos; pero todavía había algunos de más fuerza respondió él con modestia. Había desaparecido la cortedad de ambos. Tornaba aquella dulce fraternidad de antes. Gonzalo descansaba sobre el lecho con los brazos fuera. En cuanto se viera fuera de él, y con ánimos, se iba a Tejada.

El hace una seña. ¿Mucho?... Di, ¿mucho? ¡Mucho! Ella respira profundamente; después ríe, ríe satisfecha. La bella molinera causa sensación en la multitud. Los propietarios forasteros se detienen a contemplarla; los burgueses se dan con el codo a hurtadillas; los jóvenes de la aldea la saludan con cortedad. A su aparición se oye un prolongado murmullo en los grupos.

Los personajes más conspicuos de la corte pasaban por allí pagando su tributo; y hasta don Casimiro Pantojas había hecho una noche sus hilitas, sin más que un ligero percance, hijo de su cortedad de vista: equivocó el trapo con el rico pañuelo de batista de la dama vecina, olvidado encima de la mesa, y púsose muy afanado a sacar hilas de este, haciendo dos pelotones finísimos.

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