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Actualizado: 20 de junio de 2025
Y luego calló, preñados los ojos de tiernas lágrimas, a quien acompañaron muchas de los que presentes estaban. El virrey, tierno y compasivo, sin hablarle palabra, se llegó a ella y le quitó con sus manos el cordel que las hermosas de la mora ligaba.
Todos los linajes y edades de los hombres, desde el niño hasta el anciano; todas las clases, desde el rey y los grandes hasta los bandidos y mozos de cordel, se mueven en sus obras en virtud de su propia fuerza, y todo personaje no es, por cierto, el representante de una clase, sino que se distingue por su carácter original, trazado indeleblemente por su imaginación.
Las calles, aunque tiradas a cordel, según prescribía la moda en el tiempo en que se abrieron, estaban ya torcidas, gracias a las invasiones o a las deficiencias de los setos de membrillo, boj y rosal.
En lo alto de la escalera, en el descanso del primer piso, doña Paula, con una palmatoria en una mano y el cordel de la puerta de la calle en la otra, veía silenciosa, inmóvil, a su hijo subir lentamente con la cabeza inclinada, oculto el rostro por el sombrero de anchas alas. Le había abierto ella misma, sin preguntar quién era, segura de que tenía que ser él. Ni una palabra al verle.
Por ti, esperanza, el cuidado Entretiene de una suerte Al soldado entre la muerte, Y en el palo al sentenciado; En el mar al que va a nado, Al peregrino en el yermo, En el peligro al enfermo: Y ansí yo por ti en la guerra, Cordel, peligro, mar, tierra, Hablo, vivo, como y duermo. Todo se finge por ti, Dudosa y tarda esperanza; Por ti lo imposible alcanza Quien tiene esperanza en ti.
No traer sobre sí sino un vestidillo de tela baladí, hecho pedazos, y no pocas veces vestirse de pieles de animales; no traer otros zapatos que un pedazo de cuero crudo atado con otro cordel de cuero por las plantas de los piés, y en la cabeza, para reparo del sol ardientísimo que allí hace, uno como sombrero, pero también de cuero, la cama sin ningún alivio, la vianda ordinaria, un puñado de maíz, y éste tan escaso, que apenas era bastante para mantenerles las fuerzas, vivir gran tiempo sin el consuelo siquiera de ver á alguno de sus compañeros, y estando afligidos de largas y penosas enfermedades, no tener á dónde volver los ojos.»
Al tirar del cordel grasiento, el mismo tañido lúgubre, que tanto había impresionado al P. Gil la vez primera que puso los pies en aquella casa, produjo a ambos un estremecimiento de temor y ansiedad. No tardó en oírse la voz cascada de Ramiro. ¿Quién es? Gente de paz. ¿Quién es? tornó a preguntar. Soy yo, Ramiro. Abre respondió el sacerdote.
Entre tanto se ve en las demas fisonomías el sello de la dependencia, aunque sin degradación. El español, mozo de cordel en el puerto, artesano, carretero ó negociante en detall, se muestra reservado, como si le oprimiese constantemente la idea humillante de que habita una ciudad fundada en el suelo de la Península, pero dominada por un poder extranjero.
Gente de paz, contestó el padre. La moza, que reconoció la voz, tiró del cordel desde un balcón del piso principal que daba al patio. Con este cordel se abría la puerta sin bajar la escalera.
Donde quiera calles enteramente pulcras, anchas como plazas, tiradas rigorosamente á cordel y cortadas como á compás en porciones absolutamente iguales, con los mismos pavimentos, el mismo aspecto, el mismo silencio y la soledad mas soñolienta que se puede imaginar.
Palabra del Dia
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