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Los tres la hemos buscado entre sus ropas y demás equipaje; hemos hecho averiguaciones e interrogado al sirviente del coche-restaurant que lo encontró sin conocimiento en el tren, a los mozos de cordel que lo llevaron hasta el hotel, y, en fin, a todo aquel que podía saber algo, pero no ha sido posible encontrar el menor rastro del objeto buscado. Porque ha sido robado deliberadamente observó.

Desnudóse luego de medio cuerpo arriba, y, arrebatando el cordel, comenzó a darse, y comenzó don Quijote a contar los azotes. Hasta seis o ocho se habría dado Sancho, cuando le pareció ser pesada la burla y muy barato el precio della, y, deteniéndose un poco, dijo a su amo que se llamaba a engaño, porque merecía cada azote de aquéllos ser pagado a medio real, no que a cuartillo.

Un hombre que tantas lindezas sabía fabricar, no se peleaba con aquel mozo de cordel. Los poetas se vengan de otro modo.

Y para que no se le antojase volar más en toda la tarde, se presentó en el parque Visitación Olías de Cuervo, a quien el verano sentaba bien, y dejaba lucir trajes de percal fantásticos y baratos. Venía alegre, vaporosa, y con las apariencias de un torbellino; daba gana de cerrar los ojos al verla acercarse. En la calle la había querido abrazar un mozo de cordel.

El espectáculo era admirablemente bello, como era interesante el movimiento del puerto, animado ya por los numerosos grupos de marinos, de mozos de cordel, de mercaderes ambulantes, curiosos desocupados, etc., cuanto por la abundancia de buques anclados en la bahía y de las pequeñas barcas y faluchos de corta navegacion.

La luz bañaba tristemente algunos parajes del recinto, dejando los ángulos y los huecos de los pilares casi en total obscuridad. Las enormes lámparas de metal amarillo se balanceaban en el espacio sujetas al techo por un cordel.

A lo largo de los malecones de una y otra margen se mantiene un extraordinario movimiento de carros y mercancías; y en tanto que allí hormiguean los mozos de cordel en incesante actividad, los millares de marineros llaman la atención desde el rio, con sus maniobras y evoluciones en lo alto de los mástiles y las vergas.

Don Quijote, que sintió la aspereza del cordel en su muñeca, dijo: -Más parece que vuestra merced me ralla que no que me regala la mano; no la tratéis tan mal, pues ella no tiene la culpa del mal que mi voluntad os hace, ni es bien que en tan poca parte venguéis el todo de vuestro enojo. Mirad que quien quiere bien no se venga tan mal.

Los mozos de cordel y de mulas, las verduleras y vendedoras de pescado, se presentan á nuestra vista con sus trajes y costumbres ordinarias, ya en el mercado, ya como espectadores de una corrida de toros, ya en un corral, en una romería ó en la fiesta de algún santo, y todos estos cuadros, trazados con mano maestra y firme, rebosan de vida y movimiento, reinando singular claridad en la distribución de esas agrupaciones de personas, á pesar de su número considerable.

La aventura, ridícula y todo, la había rejuvenecido, había encendido chispas en sus ojuelos, y «¡ea! venía con afán de abrazar ella también». Abrazó a la Regenta, se la comió a besos... y después de contarla el paso de comedia del mozo de cordel, gritó de repente: A propósito, ¿no te ha contado Víctor lo de Álvaro? Visita tenía cogida por las muñecas a su amiga.