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Actualizado: 20 de junio de 2025


Don Ramón era pequeñuelo, viejo y flaco; pero tenía mucho espíritu y agallas y no se acoquinaba por poco. Notó don Paco que tenía las manos atadas con un cordel a la espalda, y dedujo que le habían llevado allí y que le retenían por violencia. Pronto las mismas palabras del tendero murciano, tan pródigo de ellas, confirmaron la deducción de don Paco.

Si se pasa el mar ansí, La enfermedad, el cordel, En esta ausencia cruel De mi Jarifa querida Pasa hasta el fin de mi vida, Pues está el remedio en él. Y vos, hermosa señora, Acordaos que aquí los dos Vivimos, queriendo Dios, Con más regalo que agora.

Las necesidades de una ciudad dominada por ellos les habían hecho abrazar todas las profesiones, siendo artesanos, pescadores, barqueros, mozos de cordel, cargadores del puerto. Guardaban la lengua castellana como idioma del hogar, como bandera original, cuyo aleteo reunía sus almas dispersas, un castellano en formación, blando y sin consistencia, semejante á una criatura recién nacida.

Nadie lo diría al ver el trozo de piel que me ha vendido. ¡Qué horas tan desagradables me ha hecho pasar el muy burro!... Los mozos de cordel que veis por las esquinas son petimetres al lado suyo. Pero, gracias al cielo, ya me veo libre de él. El día en que le pagué sus servicios y lo puse de patitas en la calle, se me quitó de encima un peso inmenso. Se llama Romagné, ¡bonito nombre!

Hasta los veintidós años había tenido la cabeza en su postura natural; pero desde esta época, en que le nombraron vicepresidente de la sección de derecho civil y canónico en la Academia de Jurisprudencia, había comenzado a levantarla lenta y majestuosamente como la luna sobre el mar en el escenario del teatro Real, esto es, a cortos e imperceptibles tironcitos de cordel.

La corista entonces, cumpliendo órdenes de don Juan, tan bien dispuestas como generosamente pagadas, empezó a enviar misivas a don Quintín. En vano rogó éste a la que consideraba su amante que no le mandase chicos con recaditos, ni mozos de cordel con cartas. Mariquita llegó a decirle: ¡Eres un mandria; anda, bayeta, si me quisieras de veras, no tendrías miedo a la estantigua de tu mujer!

Y porque que me han de preguntar algunos vocablos de los que he dicho, quiero curarme en salud y decírselo antes que me lo pregunten. Sepan voacedes que cuatrero es ladrón de bestias; ansia es el tormento; roznos, los asnos, hablandlo con perdón; primer desconcierto es las primeras vueltas de cordel que da el verdugo.

Desvanecíase la fe de aquellos momentos de bienestar, en los que creía en asombrosas ascensiones hacia el triunfo. Pensaba, en su desesperación, que era un infeliz sentenciado a la miseria, con menos talento que un mozo de cordel. Aquellas ropas raídas de señorito que cubrían su cuerpo eran la librea del hambre.

Me acomodé en el más próximo, pero me obligó a correrme hasta el último, sin duda para que los que viniesen después no encontrasen dificultad al pasar. Después se fue dándome los buenos días, acercose a un cordel que pendía del techo, y comenzó a tirar de él con fuerza. Una campana sonó con tañido dulce y prolongado.

Se agachó, no obstante, con precaución y le quitó de la mano la navaja. En seguida llegó don Paco a donde estaba don Ramón, que le reconoció, y con viva efusión le dio las gracias. Don Paco desató el cordel que mantenía a don Ramón amarrado. Alúmbreme usted con el candil le dijo . Voy a ver si ha muerto ese hombre.

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