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Jacinta iba todos los martes y viernes a pasar el día entero en casa de Barbarita, y esta no tenía inconveniente en dejar solos largos ratos a su hijo y a su sobrina; porque si cada cual en tenía el desarrollo moral que era propio de sus veinte años, uno frente a otro continuaban en la edad del pavo, muy lejos de sospechar que su destino les aproximaría cuando menos lo pensasen.

Juan Claudio y Marcos Divès se conocían desde la infancia; juntos habían ido a coger nidos de gavilanes y mochuelos, y desde entonces continuaban viéndose casi todas las semanas, por lo menos una vez, en la fábrica de aserrar del Valtin.

Para justificar las señoritas este avance hacia los parajes ocupados por sus amigos, continuaban su tarea distributiva entre los señores adormilados que fingían leer en las inmediaciones del fumadero. «Señor, ¿un bombón?...» Y el gringo, despertado de su lectura por la voz juvenil, levantaba los ojos del volumen alemán o inglés y metía la mano en la arquilla murmurando: «Grachias, mochas grachias». Luego, volvía a sumirse en el libro adormidera. «Señor, ¿un chocolate?» Y el brasileño de tez amarilla y picudas barbillas, enjuto y anguloso, como si el sol ecuatorial hubiese absorbido toda su grasa, saltaba del sillón con galante apresuramiento, como si le fuese en ello la vida: «Muito obrigado... ¡oh! muito obrigado». Y sólo al estar lejos la señorita osaba devolver la gorra a su cabeza y la cabeza al respaldo del asiento.

Vendría Serafina, y mientras Minghetti y Emma continuaban sus lecciones interminables, ellos dos, Serafina y él, en el cenador de la huerta, ¡oh miseria!, ¡oh vergonzoso oprobio!, serían, como siempre, amantes; amantes de costumbre, sin la disculpa, aunque de poca fuerza, disculpa al fin, de la ceguedad de la pasión; amantes por el hábito, por la facilidad, por el pecado mismo....

El yate estaba inmóvil en el puerto de Mónaco. Casi toda su tripulación, compuesta de italianos, franceses é ingleses, lo había abandonado para ir á servir en las flotas de sus naciones. Sólo unos cuantos españoles continuaban á bordo, para mantener la limpieza del buque. El Gaviota II fué rebautizado por el Almirantazgo inglés antes de cederlo á la Cruz Roja.

Ya no había un vestigio de aquella época, la anciana sobrevivía en un presente ruidoso, cuyos ecos sin interés para ella solían llegarle, sin embargo, por la conversación voluble de sus nietas modernas. Cuando la abuela se hubo recogido, y ellas bajaron nuevamente, aquellas historias continuaban flotando como un romántico hálito antiguo sobre las cabezas de Adriana y las Aliaga.

Se quedó él caviloso, mirando sin ver hacia los dos novios que continuaban con las caras pegadas al sofá, según la expresión de Adriana, y ni siquiera habían advertido la repentina y bulliciosa invasión.

Y como los fantasmas de los infelices en cuya suerte había él influido, continuaban flotando delante de sus ojos como si saliesen de la brillante superficie del río é invadiesen el aposento gritándole y tendiéndole las manos; como los reproches y los lamentos parecían que llenaban el aire oyéndose amenazas y acentos de venganza, apartó su vista de la ventana y acaso por primera vez empezó á temblar.

En el ínterin, mucha leña a mano y buena lumbre sin cesar. Antes de salir de la cocina, miré por los cristalejos de la puerta que da al balconazo de aquella fachada, y vi que continuaban ennegreciéndose los celajes y que ya blanqueaban un poco los picachos de enfrente y hasta las praderas del valle por algunos sitios.

Se acusaba Simón de haber mezclado su rencor personal en una cuestión de negocios, comprometiendo quizás los mismos intereses que se le habían confiado... Nada realmente había ganado obrando como un niño que golpea la piedra que le ha hecho caer. Su cólera en nada podía cambiar los hechos desgraciados que la habían motivado. Después, lo mismo que antes, continuaban siendo sus desilusiones iguales.