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Actualizado: 8 de octubre de 2025


Pocos años después, la muerte cernía sus alas sobre el casto lecho de la noble esposa, y un austero sacerdote prodigaba a la moribunda los consuelos de la religión. Los cuatro hijos de Evangelina esperaban arrodillados la postrera bendición maternal.

Los trabajos y fatigas, juntas con ardientísimas fiebres, lo postraban en el suelo, sin tener más médico que la Providencia Divina, ni más remedio que la conformidad con Dios, no hallando ni aun una choza en qué recobrarse en tales lances, expuesto á las injurias del tiempo; pero entonces Dios le llenaba de consuelos el alma, dándole tal vigor á su espíritu que redundaba en el cuerpo, de tal manera que ya ni sentía la enfermedad ni le rendían las fatigas; antes, emprendía los viajes más incómodos y los mayores peligros para traer almas al rebaño de Cristo.

Luego, su vida tuvo un doble objeto santo y noble: derramar los consuelos de la más piadosa de las ciencias sobre los dolientes sin ventura y velar por la dicha de Carmen. Era para él una suprema delicia espiritual el consagrarse de lleno a pagar en la hija la inmensa deuda de gratitud contraída con el padre.

La hipocresía era el único vicio que jamás había observado en Jacobo, y, o aquella carta la rebosaba por todas sus letras, o Dios había hecho en él uno de sus prodigios. ¿Confortado con esperanzas y consuelos del padre Cifuentes, aquel corazón cuyo frío egoísmo le mantenía siempre fresco e insensible, como un cadáver entre témpanos de nieve?...

Además, notaba que su rostro no empeoraba; aquellos diez años que el día del susto se le habían vuelto a la cara, ya no estaban allí; estaba mejor de carnes; la tirantez de las facciones y el color tomado no la sentaban mal, se veía lo que era, pero hasta parecía bien. «Efectivamente, como ser, el estado era interesante». Pero estos consuelos eran insuficientes.

Cuando supo la causa se sentó a su lado y le prodigó los consuelos que pudo. En el pasillo se discutía con gritos horrísonos la cuestión del Syllabus.

Comprendían a todos los afligidos en una misma compasión. Su viva caridad se informaba menos de la culpa que de la desgracia, y por eso encantaban con sus consuelos la agonía de los moribundos y la tristeza de los prisioneros; y si el inocente les era querido, no odiaban al culpable. ¿Acaso el crimen no necesita también la piedad?

El prelado la amenaza iracundo devolverla á la nada, de donde la había sacado, resolviendo ella resistir con todo su poder y toda su astucia femenil á las intrigas de sus enemigos. Enrique con Ana. Enseña á su querida mujer una carta para la divorciada Catalina, llena de vanos consuelos; Ana se aflige al leerla, con el secreto propósito de envenenarla.

Hubo un instante de silencio. Lo siento de too corasón, señorito. Yo creo que ustedes dos pareaban mu bien... Pocas palabras más hablamos. No podía ocultar mi tristeza y desaliento. Los consuelos de la cigarrera no penetraron siquiera en mis oídos. Antes de despedirse quiso darme la carta, que no había podido entregar. Yo la tomé y, sin rasgarla, la arrojé al río, sonriendo tristemente.

Ni por trabajar tanto por las almas de sus prójimos se descuidaba de la suya propia; recogíase muchas veces á tener oración, en el cual tiempo las copiosas lágrimas que derramaba, eran indicios de los consuelos con que Dios confortaba su espíritu.

Palabra del Dia

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