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Actualizado: 4 de junio de 2025


Poco despues el vapor Bogotá siguió su marcha, confundiendo los silbidos de su locomotiva con los gritos de despedida, y yo me quedaba en Calamar para emprender una segunda peregrinacion de muy distinto género.

Todos los diarios del mundo hablaban del drama de Ouchy y decían que solamente la última carta de la Condesa d'Arda podía aclararlo, confundiendo a los acusados si no anunciaba el inminente suicidio, o salvando a dos inocentes si contenía la confesión de este propósito extremo.

Eran más que hermanos: la mitad de su vida la habían pasado juntos, en contacto desde los pies a la frente, mezclando sus alientos, confundiendo sus sudores. Cada uno de ellos no sabía lo que en su cuerpo era suyo o asimilado del otro.

El patrón rezaba en voz alta. Enormes goletas, únicos guardianes del cementerio, revoloteaban sobre nuestras cabezas confundiendo sus roncos gritos con los lamentos del mar. Cuando concluimos de rezar, regresamos tristemente hacia el rincón donde había sido amarrada la barca. No perdieron el tiempo los marineros durante nuestra ausencia.

He pensado muchas veces sobre dos métodos opuestos de educación: el de aquéllos que procuran conservar la inocencia, confundiendo la inocencia con la ignorancia y creyendo que el mal no conocido se evita mejor que el conocido, y el de aquéllos que, valerosamente y no bien llegado el discípulo a la edad de la razón, y salva la delicadeza del pudor, le muestran el mal en toda su fealdad horrible y en toda su espantosa desnudez, a fin de que le aborrezca y le evite.

Así, y por falta del debido análisis, se dan en la filosofía saltos inmensos pasando de un órden á otro, confundiendo las ideas y embrollando las cuestiones. Es cierto que concebimos la existencia anterior al pensamiento: nada puede pensar sin existir, la existencia es para el pensamiento una condicion indispensable; pensar y no existir, es una contradiccion manifiesta.

Por encima de las tapias de la huerta asomaban los palos de algunos barcos, que no llegarían a una docena, anclados en el muelle, los más de ellos pataches y quechemarines de escasísimo porte. La joven contempló un instante el cielo, que se mostraba todavía profundamente obscuro hacia el poniente, borrando y confundiendo el perfil de los montes lejanos.

Podían matar á un hombre con su contacto, sin dejar en el ambiente más que un leve hedor de chamusquina, un poco de vapor: después, nada.... Y los conos diabólicos atraían con su luz y su blancura, confundiendo las distancias, como si gozasen de movimiento y vida y se metieran ellos mismos carne adentro, evaporándola. Aresti pasó al taller de laminar: iba atolondrado por el ruido y el calor.

Sólo las llamadas Partes tercera y quinta deben haber salido al público con perfecta ignorancia de Lope; el cual, por lo demás, tenía sobrado motivo para quejarse de la negligencia con que daban a la imprenta los editores los libros de comedias, confundiendo muchas veces el nombre del autor y siguiendo manuscritos viciadísimos.

La gente abandonaba los balconajes para correr a este último sitio. Cerca del jardín de invierno encontróse con Maud, que marchaba entre los esposos Lowe. Cruzaron un saludo, y Ojeda experimentó instantáneamente una sensación de extrañeza. Mrs. Power parecía otra mujer. Casi sintió deseos de pedirla perdón, como el que se equivoca confundiendo a un extraño con una persona amiga.

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