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Actualizado: 2 de junio de 2025


¡Pues me hace gracia!... ¡Valiente paladín le ha salido a la Elvirita!... ¿Y dónde han hecho ustedes su compadrazgo? Supongo que no será en el confesonario del padre Cifuentes. No, por cierto... La veo y la he sabido apreciar en casa de María Villasis, que es su amiga íntima.

Don Acisclo, esparciendo el humorismo a un lado y a otro, y con él un vivo deseo de venganza en los pechos de los pollastres a quienes maltrataba. Lo único que me interesaba un poco eran los amores del presbítero don Alejandro con su discípula. A pesar de la vigilancia exquisita de Pepita, se los veía tan pronto en un rincón como en otro, cuchicheando lo mismo que en el confesonario.

En Filipinas, nido de frailes, de procesiones y de jesuítas ¡cosa rara! puede decirse hay libertad de cultos. ¿Se creerá esto de aquellas comarcas simbolizadas por el que no las conoce bajo la intransigencia del exorcismo, de la intolerancia y de la presión del púlpito y del confesonario?

Cerca del Moral había cuatro o cinco montecillos de arena, llamados con propiedad los Arenales, que heridos por los moribundos rayos del sol brillaban como grandes topacios. Ni el más leve ruido turbaba el silencio del gabinete, que en aquel momento semejaba, por lo sombrío y recogido, un gran confesonario.

Recordó que era la joven que había visto días antes a los pies de don Custodio junto a un confesonario del trasaltar. Aquella tarde no la había reconocido. Tenía facha de sabandija de sacristía... de cualquier cosa. Los rumores continuaban. De vez en cuando se oía el ruido de un golpe seco. Detrás de la vidriera iluminada pasaba de tarde en tarde un cuerpo obscuro.

La figura negra, firme y severa de Fray Ignacio se abalanzó hacia el confesonario y sin dirigir siquiera una mirada a su penitente se introdujo en él. María, trémula y enternecida, se acercó a la ventanilla. Cuando se separó, al cabo de una media hora, tenía los ojos enrojecidos y las mejillas pálidas. La iglesia, en tanto, se había ido poblando, aunque casi exclusivamente de mujeres.

Dos meses después de tomar éste posesión de su oficio, se hallaba una tarde en el confesonario, rezando por su brevario de bolsillo. En la capillita donde acostumbraba a sentarse no había nadie. Dos mujerucas a quienes había confesado se habían ido ya. De pronto una figura elevada y esbelta tapó a medias la puerta, por donde entraba alguna claridad, no mucha.

No había más que notar cómo iba vestida a la catedral. «Estas señoras desacreditan la religión». Obdulia ostentaba una capota de terciopelo carmesí, debajo de la cual salían abundantes, como cascada de oro, rizos y más rizos de un rubio sucio, metálico, artificial. ¡Ocho días antes el Magistral había visto aquella cabeza a través de las celosías del confesonario completamente negra!

Sus vidas se iban compenetrando insensiblemente. No sólo tenían un rato de plática casi todos los días en el confesonario, sino que por la tarde se veían en la iglesia, al rosario, y por la noche también a menudo en casa de D.ª Eloisa.

Sagaz como ningún vetustense, clérigo o seglar, había sabido ir poco a poco atrayendo a su confesonario a los principales creyentes de la piadosa ciudad. Las damas de ciertas pretensiones habían llegado a considerar en el Magistral el único confesor de buen tono. Pero él escogía hijos e hijas de confesión. Tenía habilidad singular para desechar a los importunos sin desairarlos.

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