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Actualizado: 2 de julio de 2025
Por un acto de fe, aquella señora había despreciado todas las injurias con que sus enemigos le perseguían a él, no había creído nada de aquello y se había acercado a su confesonario a pedirle luz en las tinieblas de su conciencia, a pedirle un hilo salvador en los abismos que se abrían a cada paso de la vida.
¡Si yo no sé! ¡si yo no sé! gritaba el Obispo desesperado, temiendo por la vida del angelillo. ¡Sí, sí, tú que eres santo! replicaba la madre con alaridos. ¡El cauterio! ¡el cauterio! pero yo no sé... ¡Un milagro! ¡un milagro!... repetía la madre. La vida de Fortunato la ocupaban cuatro grandes cuidados: el culto de la Virgen, los pobres, el púlpito y el confesonario.
¿Escribirás hoy mismo á ese señor dando por terminadas para siempre las locuras? Sí, Padre. Muy bien: vamos á la absolución. Y musitando sus latines, el Padre Paulí bendijo á la joven al través de la rejilla: después sacó la mano por el frente del confesonario para que se la besase.
Cierta tarde se acercó al confesonario con la faz más radiante, con un gozo intenso pintado en sus grandes ojos negros y misteriosos. Acababa de lograr un nuevo triunfo sobre el enemigo y ansiaba comunicarlo a su confesor.
Palabra del Dia
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