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Actualizado: 11 de junio de 2025
Por cierto que la señora se conceptuaba infeliz entre todas las señoras y damas de la tierra, por las muchas pesadumbres que sobre su alma tenía. No era sólo el estado lastimosísimo del más querido de sus sobrinos; otras cosas la mortificaban atrozmente, abatiendo su grande espíritu. Entre Fortunata y ella mediaron ciertas palabras que imposibilitaban absolutamente toda concordia.
Quedaba el consentimiento del padre, y la madre apremiaba este detalle. La situación de ella, sobrado equívoca en Concordia, exigía una sanción social que debía comenzar, desde luego, por la del futuro suegro de su hija. Y sobre todo, la sostenía el deseo de humillar, de forzar a la moral burguesa, a doblar las rodillas ante la misma inconveniencia que despreció.
Nébel, que había descendido del estribo, afligido, corrió y alcanzó el ramo que la joven le tendía, con el cuerpo casi fuera del coche. Nébel había llegado tres días atrás de Buenos Aires, donde concluía su bachillerato. Había permanecido allá siete años, de modo que su conocimiento de la sociedad actual de Concordia era mínimo.
Cuando niños fueron sus juegos diferentes, cuando jóvenes distintas sus aspiraciones, y hechos hombres, antagónicos sus ideales, de modo que jamás hubo entre ellos concordia ni armonía.
Y así empezó una dulce correspondencia entre ambos, sostenida con juvenil ardor por parte de Quilito, y con tranquilo recato por parte de Susana, siempre sobre el mismo tema y en diapasón igual: Quilito, suspirando, llorando a veces, renegando otras, desesperado de su suerte y de su porvenir; Susana, predicando la concordia, la paz, la calma, en el sagrado nombre de Dios.
La madre acogió el casi infantil idilio con afable complacencia, y se reía a menudo al verlos, hablando poco, sonriendo sin cesar, y mirándose infinitamente. La despedida fué breve, pues Nébel no quiso perder el último vestigio de cordura que le quedaba, cortando su carrera tras ella. Volverían a Concordia en el invierno, acaso una temporada. ¿Iría él? "¡Oh, no volver yo!"
Tanto los antiguos como los modernos conceden á las artes del diseño la licencia de representar seres alegóricos é ideales, y la escultura y la pintura han rivalizado en aprovecharse de ella: recuérdense las virtudes y victorias de los griegos; la Virtus, Concordia y Spes de los romanos; las virtudes de Bandinelli; los amores celestial y terrestre del Tiziano, y la Venecia de Pablo el Veronés.
Ayer en Francia se mostró gigante Guiada por el genio vencedor; Hoy por el mundo llévala triunfante De la concordia el ángel mediador. Es la enseña que anuncia libertades Prometiendo trocar en realidades De los pueblos las ansias de vivir... ¡Oh bandera de América potente! Mi pueblo te saluda reverente Como al signo de un bello porvenir...
Ella se iba al día siguiente a Montevideo. ¿Qué le importaba lo demás, Concordia, sus amigos de antes, su mismo padre? Por lo menos iría con ella hasta Buenos Aires. Hicieron, efectivamente, el viaje juntos, y durante él, Nébel llegó al más alto grado de pasión que puede alcanzar un romántico muchacho de 18 años, que se siente querido.
Mañana correrémos los bulevares de Montmartre, de los italianos, de las Capuchinas, de la Magdalena; bajarémos por la calle Real, siguiendo despues la calle de Rívoli, hasta el Hotel de Ville, y dando un vistazo á las Tullerías, Plaza de la Concordia, campos Elíseos, y arco de la Estrella, monumento suntuoso, que no cuesta á Paris menos de 39 ó 40 millones de reales.
Palabra del Dia
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